XHxace unos lustros la Inmaculada era el día de la madre y la patrona del Arma de Infantería. Ahora ha dejado de ser el día de la madre y continúa siendo la patrona de Infantería. Y ambas cosas me parecen de perlas, porque sensatamente se ha comportado la Iglesia Católica, al separar la fiesta de la maternidad, de la de la exaltación de la virginidad, por obvias incompatibilidades. Y me parece sin embargo muy bien, que continúe siendo la patrona de nuestros infantes, aunque sólo sea por atemperar los naturales impulsos juveniles de nuestros jóvenes soldados del Ejército de tierra, herederos de los gloriosos tercios, que no se caracterizaron precisamente por ser castos.

La verdad es que esta celebración era en el calendario militar una más de sus solemnidades, casi siempre ajena a los mensajes de fondo, que la sociedad a través de los gobiernos de turno dirigía al estamento militar. Para éstas se solía dejar la solemne Pascua Militar, que preside el Rey, y cuyo cuidadoso y medido discurso era conocido y preparado entre la Casa Real y el Gobierno. Y, ciertamente, este mecanismo ha funcionado francamente bien.

Pero a los espíritus innovadores les cuesta no hacer evolucionar las reglas. Y guiados por ellos el ministro Bono, sabedor del alto contenido simbólico que estos actos pueden llegar a tener, ha aprovechado el día de la patrona de la Infantería, con palabras y obras en un acto de exaltación de nuestros ejércitos.

En principio la idea no es mala, y que un Gobierno rinda homenaje a la bandera nacional, al margen de los metros cuadrados que tenga y de dónde esté ubicada, es un ejercicio conveniente y necesario, porque esa bandera no es, a partir de la Constitución, la bandera de unos pocos, sino la de casi todos, y a todos nos representa, por ella se nos identifica fuera de nuestras fronteras y a todos ampara, incluyendo a los que no les gusta.

En un momento político, renuente por cierto en nuestro devenir histórico, en que las tendencias centrífugas territoriales son tan acusadas, rendir por una vez homenajes a la unidad y a los símbolos que la representan no sólo no está de más, sino que es algo tan conveniente como necesario. Como parece superfluo recordar el importante papel que la Constitución asigna a nuestros ejércitos. Y que la institución Gobierno, que como tal supera el ámbito partidario, rinda este homenaje, es algo natural y obligado. No hay país, ni régimen político que no lo practique. No debemos caer en viejas, anacrónicas y nocivas exaltaciones, bastardamente interesadas muchas veces, de que ser español era lo mejor del mundo. No tiene ningún sentido este aserto porque nadie elige donde nace. No es ni mejor ni peor que nacer en otras muchas partes, nacer en algunas, la verdad, es que cuesta creer que es una bendición, pero, aun en estos casos, sus naturales tienen el legítimo orgullo por la tierra que les vio nacer. Nosotros los españoles pertenecemos a una comunidad histórica que ha dejado profunda huella en el mundo y no en balde compartimos nuestra lengua con quinientos millones de personas, entre otras cosas. Sintámonos, por lo menos, serenamente satisfechos de nuestra Patria y nuestra bandera, no para imponer nada, sino para compartir todo.

No obstante, los entusiasmos vehementes, en sí mismos no malos, pueden conducirnos a expresiones poco afortunadas, por prestarse a interpretaciones de otros tiempos que ya superados debemos olvidar. No puede haber anti España en la España de hoy. Los que matan son simplemente delincuentes; los que democráticamente no quieren ser españoles, en mi criterio están equivocados, pero tienen toda la legitimidad del mundo a pensar como piensan y también son España y españoles.

*Ingeniero y director general de

Desarrollo Rural del MAPA