Tras esa primera puesta en escena donde combinó timidez paralizante y cierto regusto escénico, aderezado después con el gesto simpático de pagar la cuenta del hotel tras su triunfo en el cónclave, Francisco promete poner más de una nota de humor social donde Benedicto XVI ponía teología sesuda.

No escondo que el elegido me ha caído en gracia. El papa Francisco se llama como yo (o viceversa), es futbolero (como yo), le gusta Dostoievski (como a mí) y se preocupa de los pobres (¡y yo soy pobre!). Confieso pues un afecto obligado hacia este hombre que amenaza con meter a la curia en un autobús urbano, un viaje humanista que serviría no tanto para que el mundo pusiera el foco en los ensimismados cardenales sino para que estos se fijaran en el castigado mundo. De un jesuita, que además es argentino, se puede esperar una jugada inesperada a lo Messi en cualquier trance del partido. ¡Habemus papam! ¡Pero también habemus antipapas!

La incansable maquinaria de adulación católica ha chocado de frente con otra maquinaria igual de incansable, la de los ateos recalcitrantes que no pierden comba ni un solo día. ¿Debemos creer, como dicen algunos, que Bergoglio , ese hombre de sonrisa serena, colaboró con la dictadura argentina?

Yo tiendo a creer que no, pero jamás dispondré --como tampoco el lector de este artículo-- de datos fidedignos sobre el caso, si hubiere tal caso. Toda la información nos llegará, una vez más, emponzoñada por las filias y fobias de los informantes. Y es que el periodismo, al igual que las religiones, viene a ser, por mucho que algunos pretendan negarlo, más un asunto de fe que de razón.