Dramaturgo

Un ciudadano neozelandés ha puesto de moda cambiar los finales de obras literarias a gusto de los consumidores. Que no le gusta a usted el final de Romeo y Julieta , no importa, el neozelandés le ofrece un final en el que los dos enamorados se casan y son felices, o se casan y se divorcian años después. Que el final del Quijote no le mola, tranquilo, se hace aparecer a una Dulcinea como Dios manda y Don Quijote sale para el Perú nombrado virrey y con Sancho como cronista de Indias.

Nuestra sociedad (y nuestra cultura) han alcanzado cotas inimaginables de servicio al consumidor. ¿Para qué pasar sofocones pudiendo mudar el mundo real y el ficticio a nuestro antojo? ¿Difícil? No, en absoluto, es algo que se viene haciendo desde muchos medios de comunicación y parece, a tenor de los resultados, que el personal está la mar de safisfecho. ¿Para qué tener que escuchar la Quinta de Beethoven con esos aldabonazos agoreros, pudiendo eliminar dos de ellos? ¿Para qué seguir contemplando la sonrisa equívoca de la Gioconda pudiendo meterle una hilera de dientes a lo Ana Belén?

En Extremadura ya ocurrió algo parecido cuando en el Festival de Teatro Clásico de Mérida que hacía José Tamayo, en Julio César , aquel ejército de pecholatas que todas las noches era vencido dijo aquello de: "Esta noche se van a enterar de quiénes somos" y en el último acto sacaron sus pares de güevos y sus espadas de latón y corrieron a los que llevaban venciendo casi un mes en el escenario. Dicen que el público se volvió loco y que los aplausos aún se oyen, y que un ciudadano neozelandés, apenas un niñito neozelandés de turismo por Mérida con sus padres, era el que más aplaudía.