Las agencias de calificación de riesgos han sido frecuentemente blanco de críticas porque detrás de sus análisis se han intuido intereses que desvirtuaban su presunta objetividad. Cuando, el año pasado, Fitch rebajó en cinco grados la calificación de la solvencia de España, fue inevitable relacionar esa dureza con los ataques especulativos que sufrió nuestra economía, que agravaron una situación ya objetivamente difícil. Pero por esa misma razón --la de que esas agencias juegan siempre a favor del dinero-- hay que valorar que Fitch haya mejorado en su último análisis la perspectiva de España, que deja de ser "negativa" para ser "estable".

Y es que tres semanas después de que el presidente del Banco Santander, Emilio Botín , dijera en Nueva York que "está llegando dinero a España por todas partes", el país gana atractivo para los inversores. Estas palabras que sonaron a raras en una población que lidia con recortes y el desempleo, ganan credibilidad gracias a los diversos indicadores, según reflejábamos ayer en una información aparecida en las páginas de Economía de nuestro diario.

Por eso, a pesar de los nubarrones, en los que destaca una tasa de paro que afecta a uno de cada cuatro representantes de la población activa, se dan muestras de que las cosas mejoran y como ejemplo la reciente inversión en FCC del fundador de Microsoft y una de las mayores fortunas del mundo, Bill Gates .

Un dato positivo que hay que sumar a otros de las últimas semanas en la misma dirección: desde el fin de la recesión al descenso de la prima de riesgo a los niveles del 2011. Como señalan todos los expertos más sensatos, sería una irresponsabilidad lanzar las campanas al vuelo, porque ese cambio a mejor de los indicadores no se traduce aún en un aumento del crédito a las empresas ni en lo que es aún más importante, la creación de empleo.

La economía real, la de la gente de la calle, apenas nota esta inflexión, y lamentablemente aún tardará un tiempo en percibirla, pero cada día hay más motivos para la esperanza. Mientras se abre el camino, conviene que no se cometan errores: el rigor para el control del déficit público debe ser compatible con políticas que favorezcan el crecimiento. Si no, la salida de la crisis será injusta y más nominal que efectiva.