El desgraciado caso de la muerte de la burra de Torreorgaz ha revelado la conducta cruel e inhumana de unos jóvenes que primero robaron y después se ensañaron con un animal indefenso; también ha revelado que en nuestra sociedad todavía existen demasiadas personas que no quieren que estos asuntos se aireen y otras que, sin justificar la salvajada, templan gaitas y no están dispuestas a recorrer el camino que hay entre la difusa censura y la persecución rigurosa de comportamientos como el que aquí se cita.

Pero la muerte de la burra, que al menos no está siendo en vano puesto que ha suscitado un debate necesario, ha hecho que afloren comportamientos inesperados en algunos de los que se reclaman defensores a ultranza de los animales. Comportamientos que están más cerca del fundamentalismo que del humanismo que cabría esperar a tenor de la filosofía que, en apariencia, les anima. Ya fue sorprendente la áspera reacción que han tenido algunas asociaciones protectoras de animales al rechazar el perdón expresado por los autores de ese suceso tan execrable y no darles ninguna opción a que conozcan de cerca el mundo del respeto y del cuidado de los animales al que tendrían acceso si los acogiesen y les enseñaran. Ahora, la organización madrileña Amnistía Animal da un paso más y pretende llevar ante el fiscal a la alcaldesa de Torreorgaz porque dicen de ella que no hizo nada en anteriores casos de maltrato animal habidos en su pueblo. Amnistía Animal no concreta. Tira al bulto. Pretende hacer una causa general. Un comportamiento que recuerda demasiado a la Inquisición. Al fundamentalismo.