Así es imposible prestar atención a los detalles. ¿Quién está para pormenores en pleno advenimiento del apocalipsis, con sus trompetas, sus monstruos y sus llamaradas? En este país, el mundo se acaba tres veces cada día. El universo ruge y retiembla con espanto, y cada jornada, da igual soleada que lluviosa, es pomposamente histórica.

Pero hay detalles relevantes, como la petición de indulto para la ‘exconsellera’ Bassa anunciada por UGT y CCOO. Los presos van a ser una clave principal en el intento de reconducción política del conflicto catalán. El asunto estará en la mesa. Encima o debajo, pero estará. Aliviar la carga penitenciaria allanaría el camino del diálogo y beneficiaría en principio a ambas partes. Al independentismo, por razones obvias. Al Gobierno, porque amortiguaría el impacto de una consigna básica del relato secesionista posterior al fiasco de la DUI, esa que dibuja un Estado represivo y vengador.

Hay tres instrumentos posibles, aunque no todos probables, para lograr dicho alivio: la amnistía, el indulto y la reforma del Código Penal. El indulto perdona parcial o totalmente la pena, pero no exime de la culpa. Y no exige arrepentimiento del reo: cualquier ciudadano puede solicitar el indulto.

La amnistía, por el contrario, anula de raíz el delito. La amnistía es un repudio retroactivo de la ley penal. Hoy es inimaginable una mayoría parlamentaria para sacarla adelante. Pero la virtud real de la demanda de amnistía no es jurídica, sino electoral. Esto lo sabe su primer predicador, Tardà. No habrá amnistía, pero su colosal carga emocional será muy rentable para los independentistas cara a las cercanas elecciones catalanas.

LA TERCERA opción es reformar el Código Penal para rebajar las penas por sedición y acelerar la excarcelación. El Gobierno no tendría problemas para aglutinar aquí una mayoría. Con indulto o con reforma penal, si la reconducción política no descarrila, el futuro de los presos del ‘procés’ no está en la celda.

* Periodista