No puede demostrarse que el Rey aceptara o alentara el asalto al Congreso la noche del 23-F. Tampoco que anduviera entre las bambalinas de la Capitanía General de Valencia antes de que Milans ordenara sacar los tanques. Meridianamente, el Rey no fue la mano que movió los hilos de las marionetas que escenificaron el golpe. No hay argumento histórico que lo pruebe.

¿Cómo podía don Juan Carlos apoyar el impresentable bullicio de tricornios, el desfile de tanques por Valencia, después de una Transición tan delicada y tensa? Un órdago de esta naturaleza no podía cocinarse en los fogones de la Zarzuela, porque Constitución y Monarquía formaban las dos caras de la recién estrenada democracia. Pero cada vez que el público se acerca al golpe, cada vez que un libro sobre la intentona se presenta, surge la misma pregunta: ¿cuál fue el papel del Rey en el 23-F?

A finales de 1980 --crisis económica galopante, violencia etarra continua, ruido de sables y gobierno descompuesto-- el Rey podía comulgar con el discurso que algunos políticos (desde el PSOE al PCE, pasando por la propia UCD) mantenían sobre tres puntos fundamentales: uno, la pésima gestión de un Suárez cada vez más colapsado y la conveniencia de relevarlo; dos, la posibilidad de que ese relevo diera paso a un gobierno de concentración, presidido por un independiente con cierto pedigree democrático a la vez que un pasado franquista tranquilizador para los militares más díscolos; y tres, la sustitución de Suárez por este gobierno de concentración sin contradecir los preceptos de la Carta Magna, con el fin de proteger a la Monarquía parlamentaria del golpe duro, radicalmente franquista, que parecía estar fraguándose. Este discurso fue aprovechado por el general Alfonso Armada para erigirse en la clave de bóveda que podría mantener en pie la cubierta de la débil democracia. Satisfaciendo sus ambiciones personales, Armada podría convertirse así en el presidente de ese gobierno legal --y legítimo, pensaban muchos-- que "sólo perseguía sacar al país del atolladero", evitando la involución. Era la famosa operación Armada formulada bajo el paraguas de la Carta Magna. Era, también, la solución constitucional que muchos políticos repetían. Véanse las hemerotecas antes y después del golpe.

Ninguno de los tres puntos descritos contradice el objetivo básico del Rey en 1981, que es sobrevivir ante una situación política cada vez más tensa por la doble presión del terrorismo etarra y la involución franquista. ¿Habló Armada con el Rey de ello? ¿Le ofreció el gobierno de concentración como solución constitucional a la crisis? Quizá, pero no hay pruebas que lo demuestren. No antes del golpe, pero sí durante el golpe.

XVAYAMOSx a aquella tensa noche. Desde que Tejero entró en el Congreso a las 18.20 horas, Armada está llamando a la Zarzuela para acompañar al monarca en la gestión de la crisis. Las horas pasan, la tensión aumenta, y Armada insiste en que la situación del Congreso puede dar lugar a una masacre. Para evitarla, dice al Rey estar dispuesto "a sacrificarse" presidiendo un gobierno de concentración fiel a la Constitución. Si Tejero le deja acceder al hemiciclo, podrá proponer esta alternativa a los diputados y desbloquear la situación.

Es en este momento cuando el monarca, por boca de Sabino Fernández Campo , acepta la versión constitucional de la solución Armada como posible salida, desesperada si se quiere, a la crisis planteada por Tejero y Milans. Reproduzco las palabras que Sabino dirige a Armada ante la presión de éste, recogidas en la página 376 del libro de Francisco Medina 23-F. La verdad : "Bueno, pues vete... Si tú crees que lo puedes solucionar, vete tú, pero no digas que vas en nombre del Rey. El Rey no te puede decir que vayas en nombre suyo porque no tiene facultades para eso. Ahora, si tú dentro de este barullo que hay, dentro de este golpe que se ha producido, tienes capacidad para llegar allí y obtener la libertad a los que están, ofreciéndote como presidente o lo que sea... Luego ya veremos lo que pasa. Pero que quede claro que todo esto lo haces por tu cuenta".

Cuando Tejero observó los nombres de quienes habrían de formar ese gobierno de concentración --socialistas, comunistas, miembros de UCD, entre otros-- que Armada había vestido con las galas constitucionales le espetó: "mi general, yo no he asaltado el Congreso para esto" y, acto seguido, le expulsó del edificio. El golpe de Armada había fracasado.

Idolatrar al Rey es tan absurdo como convertirlo en el oculto demonio de la conspiración. Ni ángel ni demonio, simplemente un hombre que, ante la crisis, luchó por mantener a flote la monarquía. Y para ello hubo de aceptar, en condiciones críticas, ese gobierno de concentración constitucional que Armada le ofrecía, justo cuando sobre la partida amenazaban vientos de sangre. Es en este contexto, jalonado de complejidad e incertidumbre, donde mejor puede entenderse el papel de don Juan Carlos en aquel acontecimiento que hoy cumple 30 años.

*Profesor de Historia Contemporánea. Autor del libro El laberinto del 23-F .