Autor teatral

Dicen los cronistas que están que trinan en las cloacas del poder por los desmadres de esa panda de chulos y putones --cómicos, al fin y al cabo-- que se pertrecharon de pegatinas e insumisión para decir no a la guerra. Hasta los cimientos de la Moncloa se cimbrearon cuando José Mari, poseso de tanta irreverencia, comenzó a vomitar espuma y chapapote, como si fuera la niña del exorcista o, en su defecto, una mariscadora de las playas pintadas de Muxía. Cuentan que se escuchó en la estepa monclovita el lamento largo y profundo de este corifeo salvador de patrias, ante la ingratitud de cuatro cabrones que, después de todo, acabarán acudiendo --eso sí, sodomizados-- a las puertas de La Castillo, que es el Ministerio de Cultura. A Dios pongo por testigo, que desde este momento, sólo Parada en su rancio programa, disfrutará de movies, que no es que no hagan daño, sino que alimenta la idiosincrasia nacional . Tal fue lo que le espetó Aznar a la Botella, mientras ésta contaba pobres en Madrid para hacerse a la idea de los mercadillos marquesones, que se necesitarán, dado el saque que tienen los pobres al comer. El infierno de Dante, ante sus mismas narices. Confusión, obnubilación, extenuación de todos los padres de la patria. Y ellos--los de mal vivir-- tan tranquilos, tan panchos, en una mariconada de pacifismo, y en la televisión del presidente. La ministra de cultura --roja, amarilla y gualda-- aguantando el tipo, mientras Guillermo Toledo y Alberto San Juan, hacían de su capa un sayo y de sus guiones una lucha total. Lo único claro que sacó la ministra del varapalo, era que el foro, la fiesta del cine, no era el lugar apropiado para tal desmadre. Pues si la gente del cine y la farándula no se expresan en su fiesta del cine, ¿dígame dónde, mi querida ministra? Hasta no hace mucho --siglo pasado-- a los actores y actrices no se les enterraba en sagrado. Hasta hace bien poco, insinuar la inclinación de uno hacia la vida del espectáculo, era ponerte la etiqueta de golfo, puta o maricón. Pero tras tanto sufrimiento y persecución, la gente de esta profesión sólo ha sacado la libertad y la irreverencia que le han dado esos viajes a ninguna parte , que tan bien y dolorosamente describió Fernán Gómez en su historia sobre los cómicos de primera y segunda. El cine, el arte, la cultura en fin, es el único asidero que nos queda para plantar cara y bemoles ante lo que se nos presenta con dudas de injusticia. No sólo desde el mundo de la cultura, sino desde todos los frentes, la guerra es injustificable, desde todos los puntos de mira. Sólo vence la muerte y la destrucción, pero de los que nada tienen; los que sufren a un dictador comekurdos, como Hussein, y encima ven minar lo poco que les queda, que es el ansia de vivir. Cualquiera que tuviera una tribuna, por diminuta que fuera, tendría que alzar su voz, para que penetrara hasta la insondable sordera de ese Goya, que no es sólo el pintor universal, sino el que dio trazos negros, como la mirada de la muerte, a sus desastres sobre la guerra. No es que no tenga que renunciar Marisa Paredes, sino que por fin la bisoñez de unos premios calcados de la escultura americana, sirvieron para algo. Cuando hay una guerra y corren peligro muchas vidas humanas, cualquier foro es indispensable. Y más tratándose de uno que se adorna con tal nombre: Goya. No a la guerra, y sí a la vida, aunque al presidente de España y casi América (del norte, por supuesto) le hayan parecido una afrenta. Peor estarían los niños iraquíes, darling.