TAtún no nos hemos repuesto del choque emocional provocado por el peluche gigante de la Cabalgata de Madrid, que nos dijo en vivo y en directo quiénes eran de verdad los reyes magos, y ya estamos destrozados por una nueva desilusión. Como para creer en cuentos, y eso que este año nos acordamos de Perrault , el autor de Cenicienta o La bella durmiente, fábulas para adultos convertidas por Disney en edulcoradas píldoras para niños. Vamos de mal en peor. Salimos del peluche y nos encontramos con las declaraciones de la abogacía del Estado que nos abre los ojos de golpe, y nos deja expuestos a la luz. Hacienda somos todos no es más que un eslogan, dice, y por tanto debe circunscribirse al ámbito para el que fue creado: el de la publicidad, exclusivamente como forma de concienciación al país . Como para levantar cabeza. Ahora resulta que la chispa de la vida, piensa en verde o vuelve a casa por Navidad no eran más que patrañas de empresas para que compráramos sus productos. Y nosotros obedeciendo. Y las muñecas de Famosa dirigiéndose al portal. Para que luego digan que el algodón no engaña. O sea, que el eslogan de Hacienda valía lo mismo que el de Cel, qué fácil es. O el de si bebes no conduzcas, o él no lo haría, o peor aún, somos iguales somos diferentes. Y yo que los seguía sin dudarlo porque me parecían magníficos. Todo mentira. Exigir que se cumpla el lema de Hacienda es como pedir a un perfume explicaciones si las chicas no caen rendidas a tus pies. O si George Clooney no aparece cada vez que enciendes la cafetera. Menos mal que nos han abierto los ojos. Lo extraño es que ahora quieran que miremos para otro lado, y los cerremos de nuevo.