Hay que tener convicciones muy claras y un alto sentido del compromiso con un equipo para aguantar lo que ha soportado Gerard Piqué en la selección española desde que, referencia a Kevin Roldán mediante, decidió mostrar sin tapujos su sentimiento antimadridista (que no antiespañol) encuadrado dentro de la rivalidad entre el Barça y el Real Madrid. Tras años de aguantar silbidos en el campo e insultos en las redes de la que se supone es su propia afición, Piqué ha anunciado que dejará la Roja tras el próximo Mundial. La gota que ha colmado el vaso simboliza a la perfección el doble rasero que ha sufrido el central del Barça: el supuesto agravio ha sido cortarse las mangas de la camiseta para ocultar símbolos españoles, algo que también hizo sin que lo criticaran el madridista Sergio Ramos. Es cierto que la locuacidad de Piqué ante micrófonos y redes sociales es poco diplomática. Pero nadie puede poner en duda el compromiso del central con la selección española tanto dentro del campo como fuera de él, como ahora, después del anuncio de retirada, se esfuerza en repetir cierta prensa que no apagó o directamente alimentó el fuego contra el defensa culé. Es comprensible, por tanto, el hartazgo de Piqué, y totalmente respetable su decisión de poner fin a su exitosa trayectoria con la Roja. Antes de que se vaya, ya se le echa de menos.