TEtlla paseaba con él al atardecer; yo lo recibía al alba; tratábamos de aliviarle el dolor. Tenía muchas heridas, heridas de la guerra de la vida; cicatrices de la represión en Argelia, del olor a bomba ("sí, las bombas huelen", decía) y a cuerpos ahorcados, del miedo a la mirada de los barbudos (como los llamaba) y a las metralletas de los hombres uniformados.

Ella me llamó el otro día. Más masacres en Argelia. Somos amigas y me llamó y hablamos de él. Hace años que se perdió. Huyó; quizás esté escondido en algún rincón de París; quizás se largó a Bruselas; o tal vez se halle recluido en algún pequeño apartamento de Lille.

Abderrahmán , tu hermano argelino, un gran enamorado de las francesas pero con una sola mujer en su vida, su sobrina, a quien no conocía porque nació cuando él ya estaba asentado en la excolonia, pero cuya foto presidía su pequeño hogar y te atreverías a decir que su vida.

Abderrahmán aparecía en tus aposentos justo al amanecer reclamando café y un poco de cháchara. Y entonces tú corrías a recibirlo y preparabas un par de vasos de la pócima de café con cereales. El se liaba un cigarrillo, lo encendía y fumaba con parsimonia intercalando intensas caladas con breves sorbos del líquido estimulante y abundante conversación. Unas veces llegaba divertido con multitud de anécdotas y una gran sonrisa recorriéndole la cara; otras la melancolía recorría su alma y su rostro, y eran la pena y la desgana las que salían de su boca; tampoco faltaban en ocasiones la ira y el grito de rabia e impotencia, que arrojaba como un dragón expulsa fuego. El, sentado en una silla; tú, apoyada en la ventana. Y siempre, al fondo, Argelia, ese gran escenario de lo mejor y lo peor de su vida. Ese país donde dijo que un día os llevaría a celebrar la paz y la concordia. Un día que ya no hubiera ni generales represores ni bandas de asesinos ni sangre. Un día en el que fuera seguro recorrer el país sin temer a quienes descienden incendiarios de las montañas o a quienes se disfrazan para crear terror.

PD: Cuando marché me regaló dos libros. Mujeres eternas (del Islam) de Mohamed Menfaa , y El barco borracho de Rimbaud . "¿Dónde te vas dejándonos en este valle en el que no hay sino vacío?". "En las tardes azules de verano iré por los senderos. (...) Soñador; sentiré el frescor en mis pies, dejaré que el viento bañe mi cabeza desnuda. No hablaré, no pensaré en nada: pero el amor infinito me subirá al alma, me iré lejos, muy lejos, como un bohemio, por la naturaleza".

*Periodista.