Difícil olvidar la tragedia de los niños rusos secuestrados en su colegio. He querido ver el mal con ojos de niños y con la misma mirada de aquéllos que corrían heridos, escapando del horror o caían muertos por las balas.

El bebé llorando en los brazos de un soldado y el que en medio de la confusión no tenía a nadie y desnudo lloraba amargamente, por sus padres, tal vez muertos o heridos, me hizo recordar tantas vidas maltrechas, por heridas de la infancia, a las que tuve que escuchar en tantos países. En las grietas profundas de la memoria se esconden heridas sin cicatrizar, amargos recuerdos, secretos que la razón prefiere olvidar para evitar cicatrices que nunca se curarán. ¿Cómo olvidar estos niños lo que vieron, el olor del miedo y el fuego de la bala que le atravesó? Esto no es más que una pequeña muestra de la gran tragedia de la infancia. En una buena parte del tercer mundo el niño ha pasado a ser un estorbo, una molestia social. Hay países en los que se les elimina. No se respeta la dignidad infantil.

Es una vergüenza, un crimen, que existan 250 millones de niños traumatizados, víctimas de sistemas, sin pensar en la mortalidad, las enfermedades, el hambre...

*Sacerdote