Tras cuatro meses de negativas, repetidas cuando dimitió como ministro de Hacienda hace dos semanas, la confesión de Jerôme Cahuzac de que ha tenido durante 20 años una cuenta con 600.000 euros oculta al fisco, primero en Suiza y luego en Singapur, coloca a la corrupción en el primer plano de la política francesa. En principio, el dinero opaco no tiene orígenes dudosos, pero políticamente es insoportable que el titular de Hacienda tuviera una cuenta en Suiza, por lo que ha sido imputado por blanqueo de dinero y fraude fiscal. Pero, además, la contumacia en la mentira agrava el caso porque da argumentos a la oposición de derecha, que ya se pregunta si el presidente, François Hollande ; el primer ministro y el ministro de Economía lo sabían. Hollande reaccionó condenando moralmente a su exministro y anunciando tres medidas contra la corrupción: mayor independencia judicial, la transparencia y el control del patrimonio de los ministros y parlamentarios, y la prohibición de acceder a un cargo público de los políticos condenados por corrupción.

Estas medidas, consideradas insuficientes por una oposición con casos de corrupción cuando mandaba, van en la buena dirección, pero no resolverán el grave problema político que Cahuzac ha causado a Hollande con una deslealtad y una actuación que cuestiona los valores del Gobierno de izquierdas (integridad, rigor, esfuerzo fiscal, solidaridad) resumidos por el presidente en el eslogan de la República ejemplar.