XLxa vida es un rosario de presentes que se marchitan. La historia parece una sucesión de instantes que, caprichosos, tejen la bruma del futuro. Esa inexorable cadencia del reloj nos recuerda que hoy es siempre todavía. Lo dijo Antonio Machado y cada noche lo experimentamos al levantar la vista hacia el horizonte inerme del porvenir. Creemos que la fría exactitud del minutero rige nuestra existencia y, sin embargo, olvidamos que el tiempo es intensidad, pues se extiende o contrae según nuestro estado de ánimo. Por eso cualquier siempre guarda bajo la manga su inesperado todavía .

Sin embargo, no conviene vivir en la provisionalidad de un presente sistemáticamente cuestionado. Por eso, quizá, al presidente Zapatero le entraron las prisas por alcanzar cuanto antes un pacto que sellara el nuevo Estatut. Cuando aún la criatura no ha visto la luz se intuyen algunos de sus contenidos, como la inclusión del término nación en el preámbulo y ciertas concesiones sobre financiación y blindaje de competencias que no quedan claras. El alumbramiento final del texto nos arrojará suficientes elementos de juicio para criticarlo frontalmente, o para construir puentes que favorezcan el tránsito de una a otra orilla. Ahora debe reinar la cautela.

Lo único que cabe afirmar a fecha de hoy es que el apoyo de CiU a este proyecto genera dos sensaciones contradictorias. La primera de ellas radica en un evidente desasosiego, porque resulta difícil complementar el discurso y los intereses de Artur Mas con la consolidación de un Estado cada vez más unido, garante de la igualdad y solidaridad entre sus ciudadanos. La segunda supone, sin embargo, cierto alivio, porque es preferible un Estatut nacido al calor de CiU que otro bajo el radical auspicio de ERC. Si acercarse a Mas implica alejarse de Carod debemos felicitarnos , siquiera por un pacto donde aún cabría una seria apelación al sentido común.

Estos dos polos conforman una balanza en cuyo fiel se sitúa Rajoy , intentando guardar un equilibrio inestable entre la ortodoxia constitucionalista que defiende su partido y el "posibilismo estatutario" de Piqué . Casi se rompe el funambulismo si las declaraciones de éste hubieran hecho crisis en un PP donde lo importante ahora es responder a la huida hacia delante de Zapatero con un discurso responsable, dinámico, plural y moderado. El juego de cintura que el presidente del Partido Popular ha mostrado al evitar la dimisión de Piqué es la primera piedra de un camino que podría llevarle a la conquista del poder.

La sociedad nunca funciona bajo el código binario que algunos quieren imponer, donde sólo existen buenos y malos. La vida no es un simple claroscuro, sino el aguafuerte imposible de la sorpresa, donde lo irreconciliable suele fusionarse para generar nuevas realidades. Este principio de coincidetia oppositorum --la coincidencia de los opuestos-- fue formulado por Nicolás de Cusa , y suele alfombrar el camino que conduce hacia el buen gobierno. Lo aplicó Suárez cuando en su proyecto reformista fundió ciertas continuidades con verdaderos cambios, lo utilizó González cuando en el XXVIII Congreso del PSOE sugirió desmarcarse del discurso marxista, y lo desarrolló Aznar con su famoso giro hacia el centro. Sin abandonar las convicciones que dan solidez a su discurso, el PP habrá de bailar el estridente rigodón nacionalista combinando rigor y flexibilidad para evitar, finalmente, que el nuevo Estatut sea un letal proyectil en la línea de flotación de España.

Porque el barco nacional surca desde el 11-M aguas procelosas debido a que sus dos principales timoneles, Zapatero y Rajoy, no se ponen de acuerdo en el puente de mando. Desde que, como dijo Umbral , "el cielo desvencijado de Atocha" sembró de llanto nuestra memoria, la brecha entre los dos grandes partidos se fue abriendo hasta colársenos, sin esperarlo, las trasnochadas reivindicaciones de unos nacionalismos más esencialistas y anacrónicos que nunca. Si resulta vital que el PP abra sus puertas a una futura negociación del Estatut, igual de importante si no más es que Zapatero relea junto con Rajoy el pacto que hace pocos días ha firmado con CiU. Ningún estatuto de autonomía será viable si olvida el consenso de los dos grandes partidos, representantes del 90% de los ciudadanos.

Las conversaciones a deshora en despachos monclovitas no pueden alcanzar el rango de pacto estatal si no cuentan con la aprobación de la mayoría, sobre todo si sus disposiciones afectan a la situación de otras comunidades autónomas. Por eso mismo, Zapatero debería reflexionar sobre las palabras de Ibarra y Chaves que, además de trasladar el sentir mayoritario de su electorado, representan a un sector importante de su partido. Aquí también procede el juego de cintura que pedíamos al líder popular. Es importante que Andalucía y Extremadura mantengan su discurso crítico pese a la disciplina de partido, porque si Chaves e Ibarra no practican en Madrid lo predicado en sus dominios, decepcionarán con su pasividad a miles de andaluces y extremeños.

Sin consenso, parece imposible construir diques sólidos frente al insaciable nacionalismo. Ya lo ha dicho Puyol : este nuevo Estatut era necesario, pero no será suficiente. Nunca el hoy es siempre para los nacionalistas, porque a la vuelta del calendario palpita ese todavía que sirve para mantener vivo --no sabemos hasta cuándo-- su imperturbable discurso. Un verdadero pacto de Estado debería cancelar esta provisionalidad eterna que ni siquiera el café para todos frenó.

Es hora de apostar por la gestión racional de una España que no puede jugarse su futuro a la carta de un quizá .

*Profesor de Historia Contemporánea

Universidad de Extremadura