Hubo un tiempo en que nuestra comarca era más bella. No es que ahora no lo sea; no es que estemos condenados a que dentro de un tiempo no lo siga siendo; lo que sucede es que de unas décadas a esta parte nos la están estropeando. Esos pirómanos autóctonos "que esperan las cenizas como botín de guerra" que tan certeramente retrataba don Antonio Machado en uno de los poemas de ´Campos de Castilla´ también anidan entre nosotros.

Ante situaciones tan desagradables como es ver indefensos como se calcina la majestuosidad de nuestros bosques, es fácil caer en la tentación de echar la culpa a elementos foráneos. Durante el franquismo los problemas que asediaban a la madre patria eran consecuencia del contubernio judeo-masónico perpetrado por el satanismo cainita de los rojos de siempre, propaganda de por medio. En el presente nos lavamos las manos como Pilatos y pretendemos colgarle el sambenito a tal o cual administración, a ese o a aquel responsable con capacidad de decisión. Y nos quedamos tan panchos.

No pretendo que mi análisis de causas sea tan laxo que caiga en el error de cargar las tintas en los factores externos. Tenemos espejo donde mirarnos. Vamos a volver las miradas hacia dentro, hacia el espejo de nuestra culpabilidad y buscar en nuestro cesto el origen concreto de la manzana podrida. Desgraciadamente hace ya que nos hemos despojado de la mentalidad de los bisabuelos, que consideraban el monte como algo propio y defendible a ultranza, como un espacio imprescindible donde ramoneaban los rebaños de cabras y libaban de las flores las colmenas, donde carboneaban para añadir unos ingresos adicionales a los escasos fondos de la economía familiar y extraían leña para el alimentar el fuego del hogar en los prolongados inviernos de entonces.

Si crecía una encina en los roquedales de algún arroyo, en ninguno de los extremos se les ocurría talarla para que sirviera de alimento por una sola vez a las cabras, sino que la podaban y la aseaban para que año tras año siguiese proporcionando al ganado el apreciado regalo de las suculentas bellotas. Nunca oyeron ni hicieron comentario acerca del equilibrio sostenido con el medio, ni otros inventos parecidos fruto de de la modernidad. No obstante -y a pesar de haber carecido de la oportunidad de asistir a la universidad a estudiar-, ellos son los que han practicado más y mejor el consabido dogma del equilibro sostenido. Nos supieron legar un entorno ambiental como el heredado de su progenitores. Tristemente y por mucho que presumamos de prédicas, de estudios y de saberes, nosotros no podremos cumplir de análoga forma respecto a nuestros predecesores. A la cosecha de las cenizas de los recientes incendios me remito para documentar la conclusión de la aseveración que deduzco.

Que estemos en desacuerdo con las políticas de repoblación forestal heredadas del pasado, no nos autoriza a arrasar con el bosque conformado. Que no hayamos digerido la pataleta porque a otros los seleccionaron para formar parte de los retenes contra incendios y a nosotros no, no nos exime de responsabilidad y culpa, ni es razón que justifique la malsana tendencia a tirar de bolsillo y encender la mecha. Que nos impiden ampliar nuestra plantación de cerezos en detrimento del terreno comunal del municipio, no supone coartada suficiente para que nos tomemos la justicia por nuestra mano, nos liemos la manta a la cabeza y salga el sol por donde salga.

Al día de la fecha, en la comarca de Las Hurdes, como en cualquier parte -sería absurdo pretender otorgarnos la nefasta exclusividad-, también ha anidado el huevo de la serpiente vil y ha parido hombres ruines y mezquinos, hombres anónimos y odiados, como aquel que prendió los montes donde la espalda más empinada de la Gineta o Arrobatuequilla acaba cosquilleando con su verdura en los remansos tranquilos del arroyo o el río que aletargan su canción porque es tiempo de estío y los regueros se agostan, cerca de los poblados apacibles de Rubiaco, Aceitunilla, Nuñomoral o Vegas, poblados desde cuya ubicación en la profundidad del valle aún parecen más imponentes las cimas de los picachos que arden. Seguro que a pesar de su nefasto crimen aún tiene la dureza de corazón y lasitud de moral que le permite contemplar indolente la catástrofe y dormir sin remordimientos.

Caminamos al alcance de los ritmos de moda. Si convertirse en modernos desemboca en tales desaguisados, que retorne el cuerdo don Quijote y enderece el entuerto. Por mi parte y en lo que a mi persona compete, me declaro anticuado.