TNto recuerdo el título de la película ni el año de rodaje, ni siquiera el argumento, tampoco el nombre de los protagonistas. Pero no he olvidado la primera escena: Un puerto marítimo engalanado con banderitas de colores abarrotado de gente dispuesta a celebrar la botadura de un gran barco. Como es costumbre en este tipo de actos, el alcalde de la ciudad toma entre sus manos una botella de cava y la lanza contra el barco a la vez que este se adentra en el mar. Pero en la película la botella no se rompe y produce un boquete en el casco por el que comienza a entrar agua. La nave termina hundiéndose. Todo un chasco. Una inauguración frustrada, quizá porque tenían prisa en lanzarlo al mar, dado que se aproximaban las elecciones y el barco no estaba bien rematado.

Estos días atrás hemos podido comprobar que el descaro de los políticos se acentúa opíparamente cuando se aproximan las elecciones, son insaciables sus ansias por inaugurar todo lo que se les ponga por delante. Lo mismo les da correr la cortinilla de un fotomatón creyendo que es el nuevo puesto de una oenegé, que se hacen la foto al lado de una estatua humana pensando que se trata de un monumento reciente. ¿Dónde hay algo que inaugurar que allá voy? No recuerdo yo tanto festín inaugural desde que estoy en este mundo. Sí, es cierto que a pocos meses de las elecciones siempre hemos visto picoteos reformadores aquí y allá: calles que se asfaltan, aceras que se embaldosan o zanjas que se entuban.

A más de un político deberían haberle buscado un sosias para poder estar en dos sitios distintos a la vez. No sería mala idea que los partidos políticos crearan una nueva figura dentro de sus filas: Inaugurador. Y para seguir el clásico esquema ramificado institucional que tan caro nos sale a los ciudadanos, también, por si ganan las elecciones: subinaugurador, secretario general de inauguraciones, responsable del área de inauguradores y ayudante de inauguración. Seguro que a nadie le caería de sorpresa.