TRtecitaba Juan Echanove aquello de "...ladran los perros de la vega de Granada..." y en el patio de butacas del López de Ayala ladró un perro. Echanove se detuvo un segundo y algunos espectadores me miraron, ya que es conocida mi habilidad para ladrar. Mi única habilidad que ejercí mucho cuando niño en cumpleaños y comuniones. Me pedían que ladrara como perrillo faldero o como mastín, que hasta esa gama alcanzo, y terminaban arrojándome un hueso. En aquella ocasión con Echanove, ladró el perro guía de la doctora cum laude, Maribel. La emoción forma parte del alma de los perros y de su lenguaje.

He oído ladrar mucho, demasiado. Algunos lo hacen por escrito cada vez que se les nombra lo de la guerra y tal. Otros ladran con bates de béisbol e insultos cuando tropiezan con la diferencia. Todos lo hacen sin emoción, al contrario que el perro de Maribel.

Ser diferente engendra ladridos. Mi amigo Salvador Saavedra, gitano de la vega, me decía que las ventas en el mercadillo habían bajado mucho porque habían llegado los payos ponis , o sea, los vendedores ecuatorianos, bolivianos y peruanos. Cuando yo era perro ladrador a veces ladraba a los propios perros. El Saavedra no lo entiende.

Cuando Echanove recitaba a Lorca, un estremecimiento me recorrió el espinazo porque aquel ladrido emocionado del perro de Maribel se confundía con los otros ladridos, con los de aquellos perros que se llevaron a Federico con sus mandíbulas de plomo y sus espumas de rabia. Cuando Echanove recitaba a Lorca y ladró el perro de la doctora Maribel alguno disimuló su propio ladrido de odio y vi sus ojos encendidos y acechantes entre las filas de butacas.

*Dramaturgo