TNto parece que vayamos a descubrir ningún nuevo teorema filosófico ni ningún axioma concluyente si afirmamos que el nivel cultural de cualquier individuo, de algún colectivo, incluso de cualquier pueblo, crece en proporción directa al nivel de dominio y amplitud de su lenguaje, a la riqueza de su léxico y a la corrección con la que sepa expresar sus ideas. Pues, como se diría en el ámbito de la arquitectura, aplicándolo al lenguaje: Los materiales para levantar cualquier hermoso edificio cultural, nacen y se fraguan en la comunicación, en la trasmisión de pensamientos e imágenes y en la posibilidad de modelar verbalmente conceptos, nociones, emociones o paisajes que por su belleza y originalidad merezcan formar parte del patrimonio literario o filosófico de la Humanidad.

Sin un lenguaje correcto, preciso y bien construido es imposible la comunicación; y, sin comunicación, no hay cultura ni creación artística. Precisamente, en esta capacidad de creación y comunicación es donde se advierten actualmente los mayores obstáculos y trabas para levantar y forjar obras o edificios culturales que merezcan nuestro esfuerzo y admiración.

Quizá sea a causa de la dependencia que el empleo del idioma castellano tiene hoy de los medios o empresas de la comunicación y de los canales de publicidad y propaganda --que son las empresas que con más asiduidad y menor respeto le usan-- se deba el deterioro, erosión y hasta el desgaste semántico y sintáctico que muestran hoy las palabras; debido quizá a que los objetivos de estas empresas no es la creación literaria ni la belleza de sus mensajes; sino la consecución de beneficios, por el aumento de ventas, de la forma más directa y rápida posible.

En épocas pasadas, cuando el castellano se mostraba aún como un idioma rico en palabras y expresiones; lleno de tonalidades y resonancias que le hicieron un instrumento de comunicación universal, eran las gentes, los vecinos de los pueblos de Castilla quienes "fabricaban" las palabras, los modismos, los giros dialectales, para dar mayor expresividad y sentido a sus opiniones y sentencias. Los escritores --fueran poetas o legisladores-- recogían fielmente estas novedades idiomáticas y las daban el marchamo literario que las consagraba como correctas.

XHOY, CONx los nuevos sistemas y canales de comunicación, este papel creador y reformador ha pasado a los redactores, correctores y asesores de los nuevos canales --prensa, radio, televisión, publicidad y propaganda-- que los usan como vehículo de sus trabajos y producciones --con innumerables deficiencias y distorsiones, como ya hizo notar Lázaro Carreter -- de información, deformación y globalización de unos mensajes, generalmente, mercantiles y políticos, que en muy pocos casos podríamos aceptar como correctos o apropiados; ya que no crean nada, sino que distorsionan lo existente.

En concreto, para no dispersar nuestra reflexión, la labor informativa se ha ido degradando a base de coletillas y simplezas que reducen el rico y variado léxico castellano a tres o cuatro fórmulas que se aplican a distintos casos y factores; posiblemente por influencia de la lengua inglesa, en la que es habitual encontrar estas simplificaciones.

Toda la gama de verbos que indican: "autorizar", "permitir", "facilitar", "ordenar", etc. han quedado reducidos en nuestros periódicos y emisoras de radio, a la expresión: "dar luz verde"; que se repite machaconamente en grandes titulares o en avances de noticias radiofónicas. Otro caso parecido ocurre con el verbo "arropar", que en la pobreza del vocabulario periodístico ha ido sustituyendo a "proteger", "consolar", "apoyar", "secundar" y varios otros mucho más expresivos y didácticos. Y para indicar que ciertos factores --sean sociales, mercantiles, económicos, etc.-- ascienden, suben, aumentan o crecen, los redactores de noticias acostumbran a indicar que "se disparan", dando así un matiz repentino y violento a lo que quizá solamente sea un proceso natural y pacífico.

A nadie sorprende ya leer en la primera página de cualquier periódico: "El gobierno da luz verde a nuevas medidas que arropen al sector de la construcción, para que no se disparen los precios de los pisos". ¡Encantador! Un gobierno convertido en semáforo, echando mantas de abrigo sobre los constructores y albañiles, para que los euros que cuesta un piso no salgan proyectados como si fuesen obuses.