La virtual batalla dialéctica y tuitera de las dos Españas (afortunadamente, hay más; pero estas son las que más alto gritan) está en auge estos días confinados. Poco más que la evidencia de que no saldremos de esta situación más unidos. Más bien al contrario. Demasiada gente que solo oye (y escucha) lo que quiere oír (y escuchar), porque los suyos (¡ay!) son los suyos.

Eso sí, la contienda es desigual. Los defensores de los dos partidos del gobierno han jugado al «no se podía saber» y a la internalización de la pandemia como elementos con jugadores de toda responsabilidad. Una especie de moroso «mal de muchos». Pero basta un vistazo a los escalofriantes fríos números de fallecidos para ver que la gestión en España está siendo deficiente.

Las evidentes descoordinaciones y pasos en falsos del último mes y medio, cuando nos enfrentamos a una crisis sin precedentes, no permiten lugar para la tranquilidad. La imprevisibilidad, por cierto, es un argumento de escaso recorrido: un gobierno está precisamente para hacer valer la maquinaria del estado cuando es imposible que lo demás funcione. Se está produciendo, lamentablemente, lo contrario.

Nos hemos quedado en casa, por responsabilidad y obediencia. Y los que no lo han hecho, justo ha sido por hacer realidad esa gubernamental y vacía retórica de la firme decisión y el ardor bélico en el combate contra el virus. Una prueba más de que contamos con un gobierno Mr. Wonderful, convincente solo en discursos sin preguntas y en ruedas de prensa dirigidas y diarias. Porque nada se plasma en medida alguna que permita marcar ese «todo lo que sea necesario» del presidente Sánchez como tarea culminada. Redondo se está trabajando lo que sabe: el maldito relato. La gestión ya, para otros.

En ocasiones, como se ha comprobado en la respuesta frente a los test o en el caos de empresas sumidas en la burocracia laboral, el gobierno parece haberse lanzado a una huida hacia adelante. Un camino en el que parece querer esparcir responsabilidades, empeñado en explicar que esto le podría pasar a cualquiera y todos reaccionarían igual (mal).

Ese compartir culpas se hace patente en la adopción de las medidas económicas tendentes a paliar los efectos del coronavirus o en la búsqueda de recursos. La primera rueda de prensa de Sánchez se tradujo en la movilización de doscientos mil millones. Pero de los cuales casi la mitad son recursos privados, que nadie ha explicado aún cómo se movilizan.

Nada que objetar a que el estado recurra al sector privado para fortalecer su propuesta, pero queda claro que habrá que incentivar que así sea. A menos que se hagan a golpe de nacionalización, queda por ver cómo se hará. No ha habido incentivos fiscales ni deducciones, ninguna contraprestación y sí, en cambio, la prohibición de corte de suministros básicos. Sin duda, una medida de solidaridad acertada, pero que no implica que esos servicios no tengan coste. Parece todo un embate para ver quién protesta frente a la «movilización privada».

Por cierto, que también se ha decidido que la liquidez que otorga el gobierno se ejecute a través del sistema bancario. De entrada, tiene sentido: la banca cuenta con los mecanismos y recursos para responder a la lógica avalancha de requerimiento de crédito. Pero a partir de ahí, con cierta sorpresa, el arbitrio público desaparece dejando a las entidades como decisoras últimas (y responsables) de a quién conceden el aire financiero necesario. Suena razonable pensar que la entidad tienda a cubrir a aquellos clientes más adecuados según sus políticas internas. Lógico.

Para pagar todo esto, el gobierno no ha cesado el devengo de impuestos (y ha llevado a cabo una reducida y tardía versión de aplazamientos a autónomos). Tampoco planes de contención futura. Todo pasa por la existencia de unos eurobonos que serán el maná obligado en la solidaridad europea. Ocurre que se quieren solicitar sin ninguna condición posterior, lo que es una mala interpretación interesada de qué son y cómo funcionan y que provoca una innecesaria irritación con Europa como instrumento.

En ocasiones, parece que la acción se centra en comunicar. El error fatal no es solicitar unidad, sino es tardar en reaccionar y no asumir que hay una única responsabilidad en ello. «En ningún lugar he visto a tales leones conducidos por tales corderos».

*Abogado. Especialista en finanzas.