El destino ha querido que en los últimos meses viva yo paredaño con la residencia del primer ministro de Francia, Dominique de Villepin . Me lo cruzo casi cada día por la calle y a punto estoy de decirle algo así como: "¡Déjalo, tío, no tienes nada que hacer, te faltan tablas!", o cosa semejante, y si no se lo digo es porque el ministro habla español mejor que yo. Viéndole tan ufano, nadie diría que ese individuo está bailando sobre terreno minado y que a cada paso puede saltar hecho pedazos, pero así es. La guerra contra Nicolas Sarkozy , el ministro de Interior y su rival en las próximas elecciones presidenciales, es despiadada y parecida a la de los chacales en celo. Todos saben que Sarkozy está detrás del fracaso del juvenil contrato del primer empleo (CPE) que De Villepin ha tenido que tragarse mojado en alcohol sindical. Y todos saben que De Villepin está detrás de la acusación de corrupción contra Sarkozy, implicado en sucias maniobras financieras en una sociedad luxemburguesa. Hasta el momento, ni lo uno ni lo otro se ha podido probar. Así que no existe. Es la ley de la selva, pero es la ley. En Francia, como en toda Europa, la democracia es una farsa actuada por grandes figuras de la escena.

La ley de la selva democrática europea tiene su representación más primitiva en Italia. En Francia actúan con mayor decoro que en Italia, son más profesionales. Los ingleses superan a los franceses. El premio se lo llevan los nórdicos: la suya es una imitación de democracia muy convincente. La palabra democracia exige que incluso los animales más fieros respeten sus propias leyes. De lo contrario, la democracia pone de manifiesto su carácter mafioso. Es lo que sucede en lugares como Kazajstán, Bielorrusia o similares. Allí ni siquiera se respeta la ley de la selva y en consecuencia deducimos que se trata de fincas explotadas por gánsteres. Se entiende entonces que cause desolación la falta de respeto del Gobierno catalán por la ley de la selva. Cuando leí la noticia del nombramiento de Xavier Vendrell como consejero de Gobernación en la prensa, escribí a un amigo que mantiene muy estrechas relaciones con la gente de Esquerra para preguntarle por las razones de semejante disparate. Me contestó que, en efecto, Vendrell es uno de los elementos más fanáticos del grupo, pero que no era un hipócrita. Los que le critican, añadía, se llevan la financiación del partido en maletines llenos de billetes de 500 euros.

Seguramente es cierto, pero mi amigo reaccionaba a la defensiva porque no es una cuestión de hipocresía sino de acatamiento de la ley: incluso los responsables políticos del latrocinio deben respetar la ley de la selva y actuar verosímilmente, como si fueran demócratas, cuando se les descubre. El profesor pillado in fraganti cobrando a la puerta del colegio no puede ser nombrado director del centro. En estos casos hay que ser valientes y decirle al interfecto: mala suerte, te han descubierto, ya sabías lo que te jugabas, te haremos embajador en el Valle de Arán. Ascenderle a un ministerio tan poderoso como peligroso, en cambio, deja en cueros a la totalidad del Gobierno. Es el tripartito en pleno el que admite no estar en condiciones de respetar ni siquiera la ley de la selva. Que todos los presidentes, consejeros primeros y segundos, que todos los altos cargos y dirigentes de partido tengan hermanos, cónyuges y otros selectos parientes trabajando a sueldo del contribuyente, que jamás se dijera una palabra sobre el 3%, que la Administración catalana esté infectada de nepotismo, que el capo del raketing republicano sea ascendido, toda esta acumulación de dislates acaba dando una imagen desastrosa de la presidencia de la Generalitat.

Muchos ciudadanos catalanes convencidos (¡todavía!) de que viven en la región más europea de España, van tragando uno tras otro los actos de endogamia, clientelismo, corrupción y enchufismo del Gobierno. Poco a poco, sin embargo, se percatan de que asisten a una representación teatral de muy baja calidad, peligrosamente próxima a la marbellí. Todos esperábamos un John Gielgud y nos están dando Martínez Soria . Y la causa de este fracaso es la incapacidad profunda de las élites catalanas, ¡tan caciquiles!, para respetar la ley de la selva. Reconozcámoslo: Pasqual Maragall ha situado en lugares estratégicos y junto al temible Vendrell a las escasas figuras de la compañía que aún no se han desprestigiado. Son divos que llevan gateando por el escenario desde la infancia. Uno les desea la mejor acogida por parte de este público que tanto les quiere, pero, atención, estamos quemando lo que nos queda de arte escénico democrático. Después de ellos, el diluvio.

*Escritor