Las historias y las palabras «no son nunca inocentes», los relatos «no son inofensivos», así empieza Lluvia fina, la última novela de Luis Landero, pero también podría ser el titular de cualquier noticia sobre Cataluña o sobre las elecciones o sobre cualquier asunto de la realidad, ese generador de ficciones. Si en El balcón en invierno, el autor se decía «reñido con la literatura, saturado de ficción», aquí la literatura surge de la realidad y esta se convierte en la materia de la que se urde la ficción, tan cotidiana, tan real que enseguida la hacemos nuestra. Lluvia fina habla del mundo ancho y ajeno de la intrahistoria familiar, de los recuerdos que se crean y se vuelven impermeables a los hechos, de las historias falseadas, pero sobre todo consigue lo que Landero ha conseguido siempre, una sensación de estar leyendo vida y no invenciones.

Todos somos esta familia en mayor o menor medida, todos callamos y guardamos rencores, pequeñas inquinas, secretos que se agrandan con el paso del tiempo y se vuelven armas arrojadizas si se sacan a la luz. Todos tememos la piedra lanzada al agua capaz de provocar ondas que perturben la paz conseguida a un precio muy alto. Es una novela de personas, más que de personajes. Cuñados, hermanas, una madre trabajadora, hermanos mimados más que otros, un padre idealizado y Aurora, uno de los regalos de Landero, enhebran, hilan, cosen y descosen esta tela narrativa en la que muy pronto nos vemos envueltos. Todos hablan, todos cuentan, todos van llenando poco a poco, como esa gota que excava la piedra, el suave y tierno regazo de Aurora, la confidente, la que descuelga el teléfono y presiente la carga de la confesión y el peso de los recuerdos mil veces manipulados.

Landero ha escrito una tragedia construida con el mejor material narrativo, los hechos cotidianos, lo que se esconde en la dulce rutina de los días, en el pasado que creemos superado y nos persigue. Y esa tragedia como la lluvia fina del título al principio es imperceptible, pero luego va calando, y nos deja sin respiración en un final que solo se apunta, un final necesario, pero que cierra con una sutileza perfecta una historia que nos devuelve a la realidad empapados de literatura, calados de ficción y hambrientos ya del próximo aguacero de este autor que convierte en narración eso tan difuso que venimos llamando vida.

*Profesora y escritora.