Las aves que invernen en el Atlántico se juegan mucho al atardecer de San Silvestre. Cohetes, petardos, triquitraques o fuegos artificiales a media noche, con su legalidad y con su popularidad, y aún con una permisividad con ellos, en cualquier momento y en zonas de paso ajardinadas se manipulan y se explosionan con diferente estrépito, susto y molestias vecinales, por no hablar de fuegos, averías en oídos, ojos, dedos y el desquiciamiento de los perros en las casas. ¿Y los pájaros? Mirlos, urracas, gorriones, zorzales, estorninos pintos, en los dormideros de los árboles con hoja perenne o sin ella, o en otros lugares inusuales, las bengalas y la pirotecnia desde que cae la tarde hasta bien entrada la mañana no suelen cesar. Aunque seamos muchos quienes se preguntan por qué, ¿por qué hacen lo que hacen? Ayuntamientos europeos, como siempre, van tomado medidas con esa pesadísima forma de recibir el año nuevo. Si hay suerte, la propia sociedad pedirá cambios para evitar tamaño ruido, sobresaltando y soliviantando la discreta compañía de los pájaros en nuestra pertinaz penumbra.