WEw l malestar persistente en la Unión Europea, desgarrada entre la difícil integración de sus últimos 10 miembros y la parálisis institucional, se refleja en las propuestas de la Comisión que preside José Manuel Barroso. Según se anunció esta semana, Bulgaria y Rumanía serán miembros el 1 de enero del 2007, pero permanecerán bajo estrecha vigilancia y deberán reformarse para recibir el maná de la adhesión. Pese a esta solapada humillación, más polémicas son las declaraciones de Barroso sobre el aplazamiento indefinido de cualquier ampliación hasta que la UE supere su actual bloqueo político, derivado de los rechazos en Francia y Holanda del tratado constitucional. Si no hay reforma, ±no estamos en condiciones de integrar a nuevos miembrosO, señaló Barroso, arrojando un jarro de agua fría sobre las expectativas de los candidatos balcánicos y, por supuesto, de Turquía. El primer aviso fue la demora de la entrada de los últimos 10 miembros en el espacio de Schengen. Ahora, el presidente de la Comisión, como un eco de las reflexiones de París y Berlín, preconiza la reforma política para que la Europa de vocación federal no se transforme en una mera zona de libre cambio, como propugnan Londres y Washington. Pero al condicionar la ampliación a la nueva planta institucional, Barroso envía el mensaje subliminal y discriminatorio de que el problema es el ingreso de Turquía, paradójicamente rechazado por algunos federalistas y respaldado por los euroescépticos. La adhesión de Turquía, a caballo de dos continentes y dos civilizaciones, no es solo un reto, sino una oportunidad para Europa de extender sus instituciones, sus valores y sumodo de vida.