El discurso de Mariano Rajoy en el pleno del Congreso de los diputados del que hoy saldrá investido presidente del Gobierno en sustitución de Rodríguez Zapatero se desarrolló ayer en términos que eran completamente previsibles. Durante los largos meses previos a las elecciones, el dirigente del PP practicó una permanente estrategia de la inconcreción, convencido de que, cuanto menos hablase, menos en riesgo estaría su, por otro lado, cantada unánimemente victoria en todos los sondeos demoscópicos.

En el mes transcurrido desde el 20-N ha mantenido este criterio, a pesar de que ya ningún escaño estaba en peligro. Ayer, inevitablemente, tuvo que desgranar qué piensa hacer. Y, sin embargo, se dio maña para continuar siendo no muy explícito, porque, en todo caso, y aunque apuntó algunas ideas, lo que dijo no fue la parte más importante de las decisiones que deberá afrontar sin demora a partir de ahora.

En el contexto de grave crisis y altísimo paro que nos asuela, de Mariano Rajoy se esperan medidas económicas y laborales bien definidas y aplicables con rapidez. No será fácil convencer a los sindicatos de que los convenios de empresa tengan prioridad sobre los de sector, ni de que las plantillas de funcionarios quedan congeladas ("tasa de reposición cero", fue la frase críptica que empleó para referirse a la congelación). En cambio, es lógico plantear una limitación de verdad de las prejubilaciones y trasladar a los lunes algunos festivos de entre semana para mejorar la productividad y como guiño a los empresarios, que lo habían solicitado hace apenas dos semanas. Como tampoco extraña que se quiera reintroducir la desgravación por la compra de la primera vivienda, siempre que eso no sea indicio de una imposible apuesta por volver a los años del frenesí inmobiliario.

Pero Rajoy apenas insinuó las medidas más duras, inapelables para cumplir el gran objetivo que impone la permanencia de España en el euro: la reducción en 16.500 millones de euros del déficit público en el 2012. Y dado que también se comprometió a aumentar las pensiones en igual medida que lo haga la inflación, el líder del PP ya no fue tan contundente al descartar una subida de impuestos. En lo que respecta a la sanidad y la educación, núcleo duro del Estado del bienestar, la extrema prudencia de Rajoy no le evitó algunas alusiones que apuntan inequívocamente a medidas impopulares que más pronto o más tarde deberá concretar. Por eso debería valorar en su justa medida el ofrecimiento del PSOE de pactos en estas áreas. La mayoría absoluta asegura al PP la aprobación de las leyes, pero no su mejor aceptación por los ciudadanos. El realismo debería imponerse a la simple aritmética parlamentaria y tendría que obligar a Rajoy a buscar consensos.