Cuando a una persona se le concede el honor de poner su nombre en el rótulo de una calle se hace como reconocimiento a una labor, por haber destacado en cualquier ámbito político, social, cultural, religioso o de cualquier otro tipo, a personas que de alguna manera hayan beneficiado a otros ciudadanos; por eso no se entiende que haya ciudades como la de Badajoz que se sigan rindiendo homenaje a personajes, que aún formando parte de la historia de forma obligatoria, nunca mejor dicho, fueron contra la legalidad establecida. Es como si ahora reconociésemos a Tejero el haber dado un golpe de Estado, que afortunadamente fracasó, poniéndole su nombre a una calle en nuestra ciudad. Tampoco nos encontraremos nombres dedicados a fascistas en otros países, como Alemania, donde ni una sola calle recuerda la barbarie cometida por aquél animal que dio muerte a tantos inocentes. Es una tropelía, y demuestra la falta de conciencia con respecto a los hechos acontecidos, la falta de objetividad al respecto debido al sesgo histórico que propiciaron los dictadores para que no se supiera la verdad de los hechos tan cruentos que sucedieron no solo durante el Golpe de Estado del 36 que motivó la Guerra Civil, y la durísima posguerra que abocó a la miseria a tantos españoles, y condenó a nuestro país a vivir un atraso con respecto al resto de los europeos. Esa dictadura y sus regidores no permitieron que saliera a la luz toda la verdad de lo acontecido durante esos años duros y crueles para muchos españoles, que fueron masacrados, tirados a las cunetas y abandonados en esas cárceles donde no hacía falta fusilarlos porque morían de inanición, de malos tratos y por la cantidad de aberraciones a las que se les sometieron. Con el propósito de legitimar al Movimiento Nacional tras la matanza de Badajoz, un periodista monárquico que trabajaba a las órdenes de los servicios de la propaganda franquista ideó la elaboración de unos informes para documentar los asesinatos, violaciones, incendios y demás depravaciones cometidas por las hordas marxistas. Ante la evidencia y la desproporción en el número de víctimas de un bando a otro, la propaganda nacional comenzó a evitar dar cifras concretas de muertes para centrarse más en otros efectos del terror rojo , como los destrozos de las iglesias.

XHA PASADOx suficiente tiempo como para pedir con todo el derecho del mundo que se pueda escuchar y escribir la otra versión, la del otro bando, la del bando perdedor, porque ese sesgo de la historia no permitió que los ciudadanos juzgasen los hechos de forma objetiva, sin ocultar lo que al dictador no le interesaba para mantener a ralla a las masas, hasta el punto de que aún a fecha de hoy cuesta sacar testimonios de personas que vivieron aterradas bajo la amenaza permanente, no solo de saberse muertos en cualquier momento ante el antojo de cualquiera de las fuerzas del régimen frente al mínimo indicio de que no eran profesos al mismo, sino condenados a la más absoluta de las miserias al no darles trabajo. Todos esos que pregonaban la tranquilidad del régimen contra aquellos que pretendían acabar con la Patria a los que ellos defendían de la única manera que sabían con las armas, y en muchas ocasiones cobardemente matando a la gente por la espalda. Los que han tenido la desgracia de padecer una guerra, saben que lo peor de la misma, es lo que viene después, y máxime cuando la venganza es tan desmedida como durante los años en que el dictador no dejó títere con cabeza y llevó a nuestro país a las más altas cotas de anquilosamiento. La Ley para la Recuperación de la Memoria Histórica fue aprobada hace unos años y en uno de sus artículos se contempla la eliminación de aquellos símbolos que recuerden aquella tragedia que asoló nuestro país durante más de cuarenta años, fruto de un alzamiento militar cuya consecuencia derivó en una guerra cruenta y cruel que acabó con la vida de miles de personas y llevó a otras a la más tremenda de las miserias. Hay una parte de la sociedad, que argumenta como excusa que son símbolos pertenecientes a la historia, pero la mayoría de las veces son opiniones de personas que se llaman a sí mismas apolíticas, cuyos argumentos coinciden con lo más insigne de la derecha de este país, y que casualmente, pertenecen a ese sector que no tuvo que sufrir las calamidades de quienes además de perder a sus seres queridos se les castigó sin trabajo, sin escuelas para sus hijos y sin las mínimas condiciones que requiere una persona para vivir dignamente.

Que salgan a la luz la realidad de los hechos no puede hacer daño a nadie, sino todo lo contrario. Llamar a las cosas por su nombre no debe ser motivo de discusión, sino de aclaración a cualquier demócrata que se precie.

Es preciso recurrir a la historia para contarlo todo, sin ambages y sin amenazas, en especial, aquellas personas que tienen la obligación de cumplir con la ley al respecto y la ley, pese a quienes están en contra de la misma, no afecta a calles como Margarita Nelken que fue elegida diputada por el pueblo en tres ocasiones, ni tampoco a Sinforiano Madroñero, alcalde socialista de Badajoz elegido democráticamente, sino a todos aquellos que ocuparon los puestos que no le correspondían después de haber eliminado con el poder de las armas a quienes los ocupaban de formal legítima y democrática.