Qué verdad es esa de que existen dos Españas: la que está dentro de la M-30 de Madrid y la que está fuera. En la capital del reino son muy de mirarse el ombligo. Para ellos está Madrid y luego el resto de España que, por supuesto, es peor y no digamos si se trata de territorios pobres y despoblados como el nuestro. Por eso, cuando han aparecido los nuevos datos de incidencia del coronavirus en España y se ha visto que Extremadura ha pasado de más de 1.000 casos por cada 100.000 habitantes a 50 en apenas un mes, nos han vuelto a mirar con superioridad y condescendencia, como si no hubiera mérito alguno, mera suerte. Más de un medio de comunicación y más de un opinador, de esos que ahora se llaman expertos y brotan en todas las esquinas, no han entrado a valorar ningún esfuerzo y se han limitado a acudir a la misma explicación de antaño cuando la humanidad no era capaz de encontrar una lógica razonable a un hecho sorpresivo y lo tildaban de milagro. «El milagro extremeño», así lo he visto titulado y oído en multitud de sitios.

¿Milagro? ¿Qué milagro? Durante el primer mes del año fallecieron en Extremadura 406 personas, el 27,5% de todos los decesos notificados por coronavirus en la región desde que comenzó la pandemia en marzo del año pasado. El 27 de enero se batió el récord de fallecidos en un solo día con 31 muertos. A esta cifra hay que sumar otros 272 decesos hasta ayer sábado. Es decir, que algunos están llamando milagro a una situación que consiste en haber enterrado a 678 extremeños desde que comenzó el año 2021. Es de risa pero llega a ofender porque aquí no ha habido ningún milagro; lo que hemos vivido ha sido una tercera ola en plenas Navidades, un periodo de fiestas en familia donde no se prohibió todo lo que se tenía que prohibir porque, eso sí, somos restrictivos hasta que no nos dejan juntarnos en Nochebuena, y hemos padecido una auténtica catástrofe que, claro está, ha tenido consecuencias como encerrarse en casa a cal y canto porque no había manera de bajar las cifras y el colapso de las Ucis y de los hospitales en general era una amenaza real, tanto que llegó a improvisarse un hospital de campaña en un pabellón de la Institución Ferial de Badajoz con 150 camas que, por suerte, no ha habido que utilizar. Es que parece que hasta se ha olvidado.

¿Milagro? ¿Cierre de bares, restaurantes y comercios durante cinco semanas, restricciones a la movilidad entre municipios, cierres perimetrales en algunas localidades, toque de queda a las 22 horas, clausura de todo tipo de instalaciones con público; ertes, ruina y quiebra de negocios pueden considerarse un milagro? En mi opinión, y en la de todo el que piense un poco, no. Le hemos visto las orejas al lobo, hemos comprobado que este maldito virus se llevaba a la gente de al lado, a los de casa, y no ha habido más remedio que actuar. La autoridad sanitaria apretando los dientes y aguantando las protestas de algunos que veían que toda la economía se iba al garate y el resto de la ciudadanía echando mano de paciencia y esperando que pasara la ola navideña lo antes posible y las vacunas empezaran a hacer efecto.

La bajada de la incidencia que vivimos ha sido obra del esfuerzo colectivo y aquí no ha intervenido divinidad o fenómeno paranormal alguno. Y ojo, que esto no ha acabado. Que las buenas cifras (ayer no se registró ningún muerto por covid en Extremadura desde el 18 de octubre) generan falsas seguridades y ello conlleva relajación por parte de la ciudadanía. Si la fastidiamos -y bien fastidiadas-, en Navidad, no hagamos lo mismo en Semana Santa. No hay que salvar nada superfluo sino a la gente. Y no creo que estemos dispuestos a que otra fiesta nos cueste 700 muertos ¿no?