Hace tiempo que observo un incremento del moralismo amateur en el mundo de la educación. El último caso es el de los que, con la mejor de las intenciones, vienen a los centros educativos a impartir talleres sobre los mitos del amor romántico -así se anuncian- desde el supuesto de que la idea romántica del amor es una expresión del patriarcado machista y un impedimento para el logro de relaciones amorosas sanas y satisfactorias.

Partamos del principio de que en estos talleres hay algo fundamentalmente estimable: la idea de que el machismo y sus más terribles consecuencias se erradican, ante todo, en el ámbito educativo. Dicho esto, no comparto el tono simplón y a menudo dogmático de las tesis desde las que estos educadores, sin ser expertos en ética o filosofía, se atreven a tratar sobre un fenómeno moral tan complejo como el del amor.

Digo que el amor es un fenómeno moral porque (más allá de su substrato biológico y cultural) en él se suponen elecciones, valores e ideales que el sujeto puede someter a análisis crítico y -por eso mismo- asumir libremente. Si el amor no fuera una actividad libre y moral no podría ser objeto de educación. Ahora bien, la manera de educar o guiar una actividad moral no es dictando pautas, sino sometiendo sus principios a la prueba del diálogo racional.

Un taller dedicado a reflexionar sobre las creencias en torno al amor no es un asunto que competa a militantes (aunque lo sean de tan buena causa como el feminismo), ni a psicólogos u otro tipo de científicos. Solo desde la ética y la filosofía cabe un diálogo libre de los dogmas de la militancia, y capaz de llevar la razón al ámbito extracientífico de lo moral.

En la ética analizamos las ideas y valores que laten tras las creencias y los mitos. Pero no para tacharlos como perniciosos, sino para exponerlos, junto a otros alternativos, al diálogo crítico y argumental. Sabemos que los «mitos» no se superan estigmatizándolos (a veces desde perspectivas igualmente míticas o doctrinarias). Los mitos nunca son totalmente falsos (por eso funcionan). De lo que se trata es de refutarlos y explicarlos a través de «mitos» aún mejores. En este caso, desde concepciones más verdaderas y justas (aunque nunca perfectas y siempre, en cierto modo, míticas) de lo que deba ser el amor. ¡Buscar el ‘amor verdadero’!

¿Cabrá algo más romántico? Pues esto es lo que paradójicamente intentan los críticos del amor romántico.

El problema es que para esto es mejor ser un experto en ética. Y asumir, de paso, que la ciencia no pinta nada aquí. Algo que no es fácil. Expresiones como, por ejemplo: «hay que aspirar a un amor sano y feliz», y otras por el estilo (que abundan en la literatura de los ‘anti-románticos’), revelan la tendencia actual a confundir la ética con una suerte de ciencia de la salud, olvidando que lo «sano» no es lo mismo que «lo bueno», y que un médico o psicólogo no es ningún perito en moral.

Además de contar con nociones alternativas de lo que deba ser el amor, para hacer crítica de la concepción romántica del mismo hay que hilar mucho más fino (ya solo las nociones de «romanticismo» o «amor» son enormemente complejas). Y, desde luego, precisar muy bien su relación con el machismo. No creo que se deba arramblar, en bloque, con todo lo que significa el amor romántico. Yo no les diría sin más a mis alumnos que el amor no es lo más poderoso e importante del mundo, ni que la entrega completa a los demás es por principio inaceptable, ni que en el amor no es deseable soñar al otro en su forma ideal, ni que no hay nada bueno o noble en los cuentos de príncipes y princesas... Lo que sí haría sería discutir, amorosamente, sobre todo esto.

Porque en último término nadie nos puede dictar cómo debemos amar o vivir. Lo único que cabe entre personas es dialogar, convencerse mutuamente, afrontar hasta la raíz, y en toda su complejidad, el trasfondo ideológico -(más o menos mítico o verdadero) que hay tras cada emoción, deseo, creencia o convicción -también tras el romanticismo o el feminismo-. De ese diálogo libre y transformador va la ética filosófica. Y también el amor, creo.