TEtl fenómeno del balompié es tan grande como su capacidad de movilizar a las masas. No hay espectáculo que rellene más medios de comunicación y ocupa más discusiones entre amigos y no tan amigos. Es el fútbol más allá del deporte. El que se posiciona como un espectáculo, el que enarbola las mayores cifras de nóminas de sus trabajadores, y el que tiene capacidad para trastocar agendas y calendarios presidenciales.

Pues bien, el fútbol ya no es deporte, sino espectáculo de masas. Es la emigración de todo lo que rodea a ese fenómeno económico, que va desde empresas que gestionan fondos de inversión, a grandes empresarios, o ciudadanos que convertidos en pequeños accionistas se movilizan para que ese club no desaparezca de sus vidas en las tardes de sábados o domingo.

Es una evidencia que el fútbol nace de la actividad deportiva, está enfundado en el trabajo físico y atlético de sus deportistas, pero sus consecuencias por lo mediáticas que son, trascienden al hecho del resultado, y sobre todo, cuando ya el partido finalizó. O si no que se lo pregunten a la selección de Brasil cuando no alcanzó la gloria en el pasado Mundial, como algunos de sus jugadores fueron increpados y receptores de todo tipo de improperios por sus conciudadanos. De hecho, algún que otro tuvo que ausentarse, después del Mundial, de su propio país. Es lo que se mueve en los aledaños de fútbol, y lo que menos nos satisface a los que nos gusta el fútbol, como deporte de equipo, y con capacidad para destacar excepcionales individualidades. Valga el ejemplo del mítico, recientemente fallecido, Johan Cruyff , la elegancia de su juego, con la inteligencia de sus estrategias en el terreno de juego.

XPUES BIEN,x un ejemplo es el clásico jugado el pasado sábado, un partido hecho a base de las rivalidades de dos grandes ciudades, Madrid y Barcelona, que es capaz de concitar el interés de los creyentes y no creyentes del fútbol. El movilizador de una sociedad que se hastía con otros espectáculos, y vibra con todo lo que rodea a este clásico. Que desde semanas antes empieza a sufrir todo un prólogo de comentarios y de expectación pública en los medios de comunicación. Aparecen los forofos, los fans, los aficionados y los que, de verdad, le gusta el fútbol para sentarse frente a un televisor y visionar a esos, considerados, por algunos, invictos jugadores, que no son más que asalariados de un deporte, del que dicen amar y defender unos colores, por encima de todo. Aunque algunas deserciones ya hemos visto y con las consecuencias de reprobación de las aficiones más forofas.

Ese partido, el clásico por los años de su disputa, da paso a la trascendencia de un acontecimiento, para situarse en la esfera de el más allá del terreno de juego. Y empiezan a aparecer todo tipo de adjetivos respecto de sus protagonistas, sus contrincantes, sus leyendas, y sus devaneos políticos. Lo que antaño se denominaba como la utilización del fútbol para reivindicar un ser político.

Es un hecho que todo el mundo se apunta a dar el apodo que considera a esto, que es, básicamente, un partido de fútbol. Porque al final lo que se juega son los tres puntos en el ranking de la liga de este país. Y nada más, a pesar del empeño de algunos en trasladar historias y hechos que nada tienen que ver con el fútbol.

La prueba de esa trascendencia, mal o bien intencionada, la observamos en el denominado palco de autoridades de esos días, que permanece tan idéntico en sus constantes y en sus personajes a lo largo del tiempo. Nadie quiere rehuir estar en el lugar en el que les gustaría estar a miles y miles aficionados a estos colores y a este deporte de masas. Y en eso, sí que parece que las cosas no han variado a lo largo de la historia. El chupar palco como chupar banquillo en este tipo de encuentros es y sigue siendo un privilegio. Y, de ahí, que simbólicamente, a una le venga a la memoria lo poco que hemos cambiado en algunos hábitos en nuestro país, a pesar de todos y de todo.