Samuel Huntington , el autor del muy celebrado --y polémico-- libro: El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial , dice que la ética laboral de japoneses y coreanos --hecha de valores como la lealtad, la disciplina y la diligencia-- es la fuerza motriz que ha contribuido de forma decisiva al desarrollo económico de Japón y de Corea.

También cree que ha sido capital la tendencia a primar el mérito profesional del individuo frente a la muy extendida costumbre occidental de apoyar a los afines, a los integrantes del clan, el partido o la organización religiosa.

Por desgracia, Huntington no habría podido escribir nada parecido hablando de España. En España sabemos que poco o nada tiene que ver la categoría personal y la labor realizada con el puesto profesional que se ocupa. Aquí, en general, para progresar hay que estar en un clan ascendente, no molestar a los que ya están dentro, hacer lo que mande el jefe, callarse cuando hay que callarse y no cometer el error de presentarse como alternativa a los que mandan.

Pasa en las empresas, pasa en los partidos, pasa en los medios de comunicación. Pasa en todas partes. Con excepciones muy contadas, la mediocridad suele ser bien aceptada en las organizaciones profesionales consolidadas porque el mediocre no inquieta, no amenaza al sistema con ideas que pueden perturbar el orden establecido. Nada tan amenazador para un sistema como un recién llegado con ideas renovadoras. Es percibido por los demás como un riesgo y lo habitual es que dure poco: o es asimilado o es expulsado. El resultado de esta forma de hacer es que en España cada día hay alguien que tira la toalla; alguien que decide aceptar las cosas como están y renuncia a cambiar el mundo.

Es lo peor de lo que nos están pasando. Si algún amable lector se ve retratado en estas líneas, le animo a que no se rinda.