El otro día, a cuenta de un tuit sobre manualidades, procrastinación y deberes, volví a tener 9 años. Era la víspera de la entrega de los trabajos de Hogar y yo, como siempre, no había acabado mi tapete de punto de cruz. Porque en Hogar, además de la economía doméstica, los entresijos del parto y los valores nutricionales de los alimentos, doña Julia se empeñaba, con no poco esfuerzo, en enseñarnos a coser.

Yo, siempre de natural enreda y práctica, por aquel entonces ya había descubierto que los bajos de los pantalones podían quedar maravillosamente recogidos gracias a la cinta adhesiva de doble cara. Pero lo del punto de cruz era otra cosa: ahí no había posibilidad de atajos y siempre me cogía el toro. Mis pañitos de muestra eran un gurruño apretado en el que a duras penas se diferenciaban la parte de delante y la de atrás.

Está claro que doña Julia, a fuerza de vernos en clase, ya sabía de qué éramos capaces cada una y lo del día de la evaluación era puro paripé, pero un trámite que había que pasar. Y ahí estaba mi paño, más parecido a una servilleta usada que a una labor pulcra y simétrica.

No me pregunten cómo, porque esa ha sido siempre una de las artes mágicas de las madres (como las manos frías en la frente las noches de fiebre o el ánimo templado para aconsejar ante la dudas de la vida), el caso es que yo me iba a dormir con aquella sensación de «esta vez no tiene arreglo» y, por la mañana, oh, milagro, mi pañito lavado, planchado y terminado estaba listo para pasar, aún por los pelos, la prueba de fuego. Y yo me iba al cole con la sensación, quizás incluso con la certeza, de que la magia está ligada a las manos de una mujer que ama.

Ya no hay clases de Hogar en el cole, ni punto de cruz, ni labores, pero sigue habiendo madres: habilidosas, despistadas, torpes, apañás, las que cosen y las que no, las que eligen serlo y las que llegan a ello de rebote. Hoy, precisamente hoy, quiero decirle a la mía cuánto valoro todo lo que ha hecho por mí, más allá de esta anécdota, y  que espero que el día de mañana mis ratones se acuerden de las noches de celofán, prisas y entregas con la misma sonrisa con la que hoy lo hago yo. Porque hay recuerdos, sensaciones, certezas… que encierran mucho más que todas las palabras que puedan plasmarse en un manifiesto o en un artículo de periódico.

*Periodista