Recuerdo con nostalgia cuando podía ir tranquilamente al banco con una simple cartilla, y me atendían rápidamente sin tener que hacer largas colas y sin tener que ir en horarios especiales. También recuerdo que podía llamar por teléfono a Correos, a la compañía del gas y a la del agua cuando había algún problema, sin tener que pagar más de lo que costaba una llamada normal y sin tener que esperar a que una voz humana me contestara. Recuerdo que te atendían correctamente, tomándose el tiempo que fuera necesario, sin prisas y con profesionalidad. Recuerdo que no existía internet, este medio tras el cual se esconden la mayoría de las compañías y en el que te obligan a reclamar por medio de un correo electrónico, que no sabes cuándo te contestarán. Desde hace más de dos meses, cada semana escribo a Correos, mediante su página de internet, para quejarme, y sigo sin contestación alguna. El paso siguiente sería gastarme el dinero en llamadas a un teléfono de atención al cliente, donde, tras 25 minutos de espera, nadie te atiende, porque, según una voz de ordenador, están muy ocupados. Mi queja sigue sin solucionarse, pero ellos han ganado más de 15 euros con mi llamada y esperan que al día siguiente me gaste otros tantos. Sigo sin entender por qué cada vez recibimos un trato peor y nos conformamos con todos estos cambios. Sigo sin entender que las empresas ganen cada vez más millones a costa de los servicios que nos dan y que ningún Gobierno tome medidas. Ya que está de moda hacer cada semana una manifestación, ¿por qué no se hace una contra la atención al cliente que recibimos de las empresas?

Carlos Espinosa