La reclusión a la que nos ha obligado esta pandemia tan atroz que sufrimosha permitido constatar que el comercio electrónico ofrece un gran potencial económico. El desarrollo tecnológico marca la tendencia a seguir en las futuras transacciones comerciales, sobre todo si tenemos en cuenta que la sociedad en la que vivimos es una sociedad de masas y que el progreso y el bienestar social, para bien o para mal, descansan en el consumo.

El éxito de las nuevas tecnologías se explica, no solo porque permiten adquirir mercancías a distancia, sino también porque cualquier otro servicio de la sociedad de la información puede ofrecerse a través de las redes telemáticas. Y, en efecto, cada día comprobamos que podemos contratar online una gran variedad de servicios y que incluso se realizan intervenciones quirúrgicas entre continentes. Además, la Administración cibernética nos permite resolver muchas gestiones sin necesidad de desplazarnos a organismos oficiales. Y la potencialidad de otras actividades como el teletrabajo o la enseñanza no presencial nos hace pensar que todavía estamos en la prehistoria de la era digital.

Ciñéndonos al ámbito de los negocios, podemos aventurar sin el menor riesgo a equivocarnos que es innegable que el espíritu emprendedor de cualquier empresario lo llevará -si no lo ha hecho ya- a abrir sus campos de acción a las nuevas tecnologías en la búsqueda de potenciales clientes, teniendo en cuenta que son muchas las ventajas que esta modalidad de comercio ofrece. Entre ellas, la apertura a un mercado más abierto y global, la reducción de costes, una mayor competitividad, un menor riesgo de impagos, una mayor celeridad en las relaciones comerciales, y, sobre todo, una ventaja muy apreciada, cual es la privacidad en las compras. En suma, las operaciones electrónicas facilitan la expansión negocial, la desintermediación y, en muchas ocasiones, sirven para reducir barreras arancelarias impuestas por gobiernos proteccionistas, ya que las teletiendas no conocen fronteras.

Pero también el comercio electrónico tiene sus sombras. No solo por cuestiones ligadas al cumplimiento del contrato, como son la inseguridad jurídica por los riesgos de entrega e incertidumbres en los pagos, sino por la posibilidad de que se vulneren derechos fundamentales, como el de la intimidad, dado que perdemos la pista de los datos personales que facilitamos a nuestros proveedores y que pueden ser utilizados de forma ilícita. Pero también hay otro problema que se ha detectado en los días de confinamiento al haberse incrementado en extremo la contratación electrónica. La necesidad de envasar con garantías los productos ha provocado un consumo de cartón y plástico fuera de lo común, componentes que no siempre son debidamente reciclados.

Con estas premisas es fácil advertir que la era digital lanza un desafío inédito e inquietante. De un lado, la grandeza de una nueva forma de hacer negocios sin límites territoriales ni horarios que supone un reto prometedor para los empresarios. De otro, la verificación de una clara desigualdad entre las partes intervinientes, debido en muchos casos a la vulneración de los derechos de los consumidores. Y, en tercer lugar, la constatación de una alarma ecológica.

Estos problemas, junto con las evidentes ventajas, nos llevan a concluir que, para un óptimo desarrollo de la estrategia digital, se requiere definir claramente los límites de acceso a la intimidad y el respeto a la naturaleza. Los clientes deben ver como remotas las amenazas de la delincuencia informática o el totalitarismo tecnológico de las grandes multinacionales. El comercio electrónico debe sentirse como un gran avance, un gran ejercicio de libertad económica, para lo cual es imprescindible que todos -y en especial las instituciones públicas- tengamos presente que la defensa de los valores éticos y ecológicos debe ser crucial en nuestro ordenamiento jurídico. Solo así nos sentiremos más libres y seguros en la nueva realidad tecnológica.

* Catedrático de Derecho Mercantil.