Agosto suele provocar el efecto irreal de la desaparición de los problemas, y aun con la crisis la sociedad y los políticos se toman un respiro. Pero la semana que empezó ayer marca la vuelta a lo objetivo y lo sustantivo, y los asuntos pendientes que el Gobierno debe afrontar no son pocos ni irrelevantes. El más urgente es, sin duda, la grave situación económica, con su dramática secuela del paro, que ha superado los seis millones de personas. Los atisbos de recuperación de la economía europea y el optimismo del ministro Luis de Guindos sobre la reducción del desempleo no pueden hacer olvidar que las varias reformas laborales de los últimos años en España apenas han contribuido a crear empleo, y mucho menos de calidad. Sin una mejora sustancial de ese parámetro, la española seguirá siendo una sociedad invertebrada, más injusta de lo admisible y con más riesgo de ser víctima de los populismos.

Idéntico peligro gravita en torno al otro gran asunto que tiene encima de la mesa Mariano Rajoy , la corrupción. El caso Bárcenas, según todos los indicios, dista mucho de haber deparado ya todas sus sorpresas, y de la evolución del mismo y de la respuesta que se le dé desde la justicia y, sobre todo, desde la política dependerá no solo la suerte del presidente del Gobierno y del PP sino la confianza de los ciudadanos en los partidos y la salud del sistema democrático. En todo caso, lo que los gobernantes deben tener presente en el inicio del curso es que la desazón de los ciudadanos no se combate con el sectarismo, la demagogia y la descalificación sistemática del contrario, sino con políticas realistas pero constructivas y eficaces. Si no es así, sumarán más descrédito.