La llegada al poder, hace poco más de un año, de la tercera generación de la dinastía comunista norcoreana de los Kim no ha alterado la determinación de aquel país pobre y hermético de proseguir su provocadora carrera nuclear. Al igual que hiciera su padre, Kim Jong-il, Kim Jong-un ha lanzado ahora una prueba nuclear precedida de dos lanzamientos de misiles de largo alcance hace pocas semanas. Con su programa, Pionyang quiere demostrar al mundo que existe, que tiene capacidad defensiva y, al mismo tiempo, que esta capacidad le sirve para negociar sobre las primeras necesidades del país, como son los productos de alimentación. Sin embargo, esta tercera prueba ha tenido una recepción algo distinta en su amiga y vecina China, y esto debería preocupar a Kim y su entorno. En esta ocasión, Pekín, que había advertido a Pionyang de que se abstuviera de hacer la prueba, la ha condenado en unos términos mucho más rotundos que en el pasado. Es un cambio significativo y puede reforzar la colaboración entre Pekín y Washington.