THta pasado casi un mes desde el 20-D y el país está inmerso en una mezcla de confusión, preocupación y desconcierto. Tenemos la perturbadora sensación de que nuestros representantes no son capaces de interpretar el resultado y de que el voto emitido solo fue válido en grado de tentativa. El conflicto emocional entre el deseo de cambio y el miedo al cambio, que tan bien define a la España actual, podría polarizarse aún más. Sea como fuere, el multipartidismo ha venido para quedarse porque responde a una nueva realidad social que no va a cambiar a corto plazo.

En este sentido, y considerando que el sistema de partidos es un elemento crucial de todo sistema político, es necesario asumir que se ha iniciado por la vía de los hechos la "segunda transición" que algunos veníamos anunciando --y pidiendo-- desde hace años. Sin embargo, esta segunda transición tiene un problema muy serio, respecto a la primera. En aquella estaba claro el objetivo irrenunciable (construir una democracia) y el consenso en torno a ella fue amplísimo (88,54% de voto favorable a la Constitución). Ahora, sin embargo, ocurre precisamente lo contrario: ni está claro el objetivo fundamental ni existe consenso suficiente. Si aceptamos que toda transición pacífica requiere de ambos elementos y que nadie contempla un proceso que no sea pacífico, hay solo dos opciones: buscar un objetivo claro y compartido o renunciar a la transición. Es decir, elegir entre el avance o la parálisis. Para evitar la parálisis, y como ocurre siempre en los momentos de crisis, hay que volver a las esencias. La esencia de la política es gobernar y acordar.

Si este binomio es siempre la base en la que se sustenta la interpretación de todos los resultados electorales, en el caso del 20-D lo es aún más. Yo tengo la sensación de que Podemos no quiere gobernar, a no ser ganando las elecciones. Decía hace quince días en este espacio que sería una locura aislar a Podemos, y digo hoy que sería una locura que Podemos se autoaislase, como táctica dentro de una amplia estrategia electoral orientada a obtener una hegemonía social que haga innecesario acordar nada. Mi impresión es que algunos de sus líderes están justamente en eso.

CUANDO oigo a Iñigo Errejón decir que es necesario "fundar un puebl" parece que lo que pretenden es componer un cuerpo electoral global que les vote solo a ellos. Porque "pueblo", lo que se dice "pueblo", es un conjunto idealmente tan plural y heterogéneo que, por definición, requiere de los acuerdos y cesiones que en este momento parecen rehuir con ahínco. Los pueblos no se fundan, los pueblos existen y se gobiernan.

El líder de Podemos, en la interesante entrevista concedida a Jacobo Rivero y publicada por Ediciones Turpial en 2014 ("Conversación con Pablo Iglesias") dijo: "La gente no milita en los partidos políticos, la gente milita en los medios de comunicación" y "Son mucho más importantes las tertulias en televisión que los debates en el Parlamento". Creo que estas ideas, que definen muy bien su gusto por la política como "estrategia" y, en fin, como "espectáculo", están en el origen de las sucesivas líneas rojas que Podemos viene poniendo para imposibilitar un pacto y lograr nuevas elecciones. Es decir, la política como la lucha por la consecución del poder, de "todo el poder", como escalón previo para imponer su modelo político.

Todo esto, que choca frontalmente con mis convicciones democráticas, no tendría por qué ser necesariamente malo, pero no es eso lo que dice la reciente historia griega. Allí, la Syriza de Alexis Tsipras hizo realidad este sueño de Podemos, y en 2015 se hizo con "todo el poder". La última noticia que llega de Grecia es que Syriza recortará las pensiones hasta un 35%. Porque la "realidad" con la que se encontraron al llegar al poder no tiene nada que ver con la "estrategia" para llegar a él. Una cosa es la propaganda y otra el gobierno.

Yo estoy seguro de que con la amplia cultura que tiene Pablo Iglesias ha debido leer esto: "El espectáculo somete a los seres humanos en la medida en que la economía los ha sometido ya totalmente. No es otra cosa que la economía que se desarrolla por sí sola. Es el reflejo fiel de la producción material y la objetivación infiel de los productores". Lo escribió el marxista Guy Debord en 1967 dentro de "La sociedad del espectáculo", un libro absolutamente fundamental para entender el mundo contemporáneo. Así que estoy seguro de que él mismo sabe que debe abandonar ya la mentira del espectáculo y arremangarse en la verdad del gobierno, aunque sea en compañía de otros. Eso, o frustrar la necesaria segunda transición, que solo podrá llegar de la mano de decisiones arriesgadas y acuerdos con cesiones de todos.