Cantautor

La guerra tiene miradas que conmueven, que hace que no podamos olvidar las imágenes del horror que puntualmente aparecen en nuestros televisores, que nos acompañan a lo largo de nuestra jornada. Basta a veces ver unos ojos en una fotografía para que sepamos cómo fue una contienda.

Ojos de prisioneros, extraviados, suplicantes, que dicen en un hilo acongojado de voz que ellos sólo cumplen órdenes. Ojos de niños que no saben lo que ocurre, a los que brutalmente se les ha robado su inocencia, su futuro, enfrentados a una realidad que no pueden comprender ni explicarse. Ojos fanatizados, como en trance, entregados a la proximidad del dolor y la muerte. Ojos que recogen agua y comida con la urgencia y la necesidad de quien no tiene nada. Ojos que lloran con rabia, con impotencia, puestos en la situación extrema de mirar cara a cara lo peor del ser humano. Ojos enfermos de fiebre y de impotencia. Son los ojos de la guerra.

Y frente a ellos los ojos de los que aspiran a ser los líderes incuestionables del planeta. Los de los vencedores, los elegidos por la Historia. Estos son ojos arrogantes y a la vez huidizos, que no miran de frente, refugiados en unas notas que otros les escriben. Son ojos cobardes a los que parecen no importarle las consecuencias de sus decisiones. Son ojos que no dejan escapar emoción alguna, al parecer más preocupados por la marcha de la bolsa y el precio del crudo que por la sangre derramada. Son ojos tristes y a la vez satisfechos. Ojos con misiones trascendentales que cumplir, con verdades absolutas. Ojos sin asomo de duda o de clemencia. Pero si nos fijamos, si detenemos en ellos un instante nuestra mirada, podremos ver que por encima de su altanería son ojos derrotados. Ojos muertos por dentro.