La inflación interanual cayó el pasado mes hasta el 1,8%. Una cifra que hace tan solo tres años nos habría parecido inalcanzable. Es, fundamentalmente, resultado del brusco enfriamiento de la economía española, en estado de recesión. Pero es también el resultado positivo de una medida tan negativa como ha sido la reducción salarial de los dos últimos años. Si durante más de una década la inflación tiró de los sueldos y provocó que los trabajadores españoles perdieran poder adquisitivo a pesar de que aumentaran los gastos salariales, lo cierto es que ahora la reducción de los sueldos ha comportado finalmente un freno de los precios que puede llegar a compensar en parte los perjuicios que están sufriendo los asalariados.

Es posible que esta circunstancia persuada a los más escépticos sobre las bondades de luchar contra la inflación. Pero también debería servir para evidenciar que su necesaria contención en los próximos meses ya no se puede cargar sobre las espaldas de los asalariados como pretenden algunos organismos internacionales. Una inflación baja es necesaria para que las empresas españolas sigan recuperando competitividad en los mercados exteriores. Pero es el momento de que su contención dependa también de la retribución moderada del capital, de la reducción del precio del crédito y de la mejora de la eficiencia de los mercados interiores. Controlar la inflación es imprescindible para apuntalar la recuperación, pero el peso ya no puede recaer principalmente en los salarios.