El ensayo nuclear subterráneo realizado ayer por Corea del Norte ha alarmado a la comunidad internacional y ha situado a Estados Unidos ante la obligación ineludible de contener los delirios de grandeza del dictador Kim Jong-il para tranquilizar a sus aliados más cercanos a la detonación, Corea del Sur y Japón, y disuadir a otros países, especialmente Irán, de seguir por una senda parecida.

Es esta la segunda ocasión en la que el régimen estalinista de Pyongyang desafía el orden internacional mediante el recurso al poder del átomo y, como en el 2006, lo hace bajo la calculada comprensión de China y la retórica de la prudencia de Rusia, que se emplearán a fondo para moderar el enfado del Consejo de Seguridad de la ONU. Lo cual, en la práctica, reforzará la convicción norcoreana de que la continuidad del régimen depende en buena medida de los megatones almacenados.

Acuciado por las consecuencias de hambrunas periódicas, una economía en ruinas y una ideología que es sinónimo de atraso y represión, el grupo dirigente que encabeza Kim Jong-il entiende que la fase de asentamiento del Gobierno de Barack Obama prefigura el marco adecuado para negociar desde una oposición ventajosa. Recordando acaso que al dar los primeros pasos de la Administración del presidente John F. Kennedy, movida por la innovación en el seno de la guerra fría, encadenó varios sobresaltos antes de hacerse respetar por sus adversarios del bloque socialista, los dirigentes norcoreanos han activado la bomba.

Pero a diferencia de los primeros 60, el peligro atómico ha dejado de ser un riesgo asumible y ha pasado a ser una amenaza despreciable. Todos los teóricos de la disuasión nuclear y el equilibrio del terror han dejado de tener a su disposición tribunas en las que desplegar sus ideas, y en cambio las han ocupado los promotores de limitar, primero, y reducir, después, los arsenales nucleares en el mundo.

Ni siquiera entra en los cálculos de unos dirigentes ocupados sobre todo en perpetuarse en el poder, reproducir la lógica perversa del chantaje nuclear del pasado. Lo cual no significa que no piensen que la bomba es la mejor arma para prolongar la dictadura a través de la amenaza a sus vecinos, la voluntad cada vez mayor de China de arbitrar en los asuntos de Asia y la remota posibilidad de disponer un día no muy lejano de armas estratégicas capaces de alcanzar Alaska. Ese es al menos el trasfondo de su desafío.