Parte de los cientos de millones de kilos de glifosato aplicados cada año al campo acaban en la cadena alimentaria y en nuestros intestinos. Este envenenamiento global lleva décadas enquistado gracias a su clandestinidad, urdida por las industrias que hacen negocio con él. Desinformados, ingerimos el glifosato de los alimentos y, lo mismo que desnutre y mata a las plantas como herbicida, los expertos demuestran que el glifosato nos desnutre y enferma malográndonos las bacterias beneficiosas del sistema digestivo y haciendo proliferar en el mismo las bacterias patógenas y resistentes. La OMS dijo en el 2015 que el glifosato es probablemente cancerígeno. Bastaría con etiquetar el glifosato de los alimentos para que su ingesta dejara de ser una trampa. A falta de su etiquetado, merece la pena cuidar las bacterias intestinales beneficiosas para la salud, nuestro microbioma, consumiendo alimentos cultivados sin glifosato.