TNto hay palabra más hermosa que defina la hondura de este abatimiento, tristura es tristeza en gallego. Se deletrea lentamente, besando las letras para evitar el golpeteo violento contra los dientes... tris-tuuuuuu-ra, dulcemente, como cuando ves marchar a un ser amado y la penumbra del horizonte te lo arrebata... entonces tú te quedas ahí, meciendo la mano en el aire en un tic-tac de desconsuelo. Es una palabra que te lleva hasta el éxtasis si la repites pausadamente, no queriendo pronunciarla porque sabes que tras ella no queda nada, sólo un goteo de agua de rocío, y un paisaje pespunteado por la soledad de los faros que alumbran a Costadamorte...

Mi corazón es una gaita expuesta al mar. Hay una melancolía de paraguas en el interior de mi rocoso corazón donde llueven piedras del tamaño de la catedral de Santiago de Compostela. Hoy es domingo pero no de resurrección, desde hace unos días todo alrededor es viernes de dolores, peregrinación por la vía dolorosa y viaje hacia ninguna parte. Penélope es el tatuaje del adiós en una solitaria estación a la que nunca llegó el tren de sus amores. Hay una procesión de paraguas en mi interior que se empapa de un chirimiri insondable, el silencio se ha hecho ecosistema en cada palmo de mi corazón porque como periodista ya viví algo similar y pude escrutar el tamaño del dolor físico y espiritual, aquél día una parte de mí se fue a vivir a un lugar lejano y aún sigo buscándola.

Fue el 20 de agosto de 2008, el vuelo JK5022 de Spanair emprendía ruta Madrid- Gran Canaria, un McDonnell Douglas MD 82 con matrícula EC-FHP. Nunca olvidaré ese día en el que una amiga precisamente acababa de aterrizar en otro vuelo procedente de Perú, nuestra idea era comer juntas y contarnos las emociones del viaje. No pudo ser. Yo trabajaba por aquél entonces en el Gabinete de Comunicación de un Hospital madrileño; supuestamente en agosto en Madrid nunca pasa nada... hasta que pasa.

Me escapé un poco antes del trabajo para comer con ella, cogí un taxi, eran las tres. Muy cerca, de repente una gran columna de humo nos alerta al taxista y a mí. Los teléfonos también se hacen columna de humo negro, muy negro. Nunca se produjo aquella comida, volví apresurada al hospital y allí comenzaron 48 horas de horror en estado puro.

XUN DISPOSITIVOx de emergencia y una nube de periodistas acosándome en busca de datos son los primeros recuerdos que me asaltan, por supuesto la eficacia de los equipos médicos disponiendo todo un cordón de atención a las víctimas en las temidas puertas de Urgencias. Comenzaron a llegar las ambulancias, dos... tres... había un espeso silencio interrumpido por el martilleo de los teléfonos móviles. La tragedia se masticaba al ver los cuerpos que llegaban en camillas.

Y cesó el ir y venir de ambulancias... ¿no hay más? Horror, mala señal, quería decir que la mayoría de los pasajeros estaban muertos, efectivamente así fue, 153 fallecidos y tan sólo 19 supervivientes. El hospital donde yo trabajaba atendió a un número determinado de heridos, alguno falleció al llegar. Es lo más cerca que he estado del drama y el desgarro. La llegada de los familiares, la búsqueda desesperada de una buena noticia, el martilleo de los teléfonos. Y los temibles partes médicos. Los llantos y la sala donde se suministraba algo de calma a los familiares.

Mientras intentas hacer tu labor de periodista, buscas entre tus recursos la capacidad de guardar distancia para que la situación no te arrolle, mantener la frialdad suficiente para no involucrarte más de la cuenta... reconozco que no fui capaz, mi estómago se quebró y mi corazón se repartió entre las víctimas con las que hablaba cada día un ratito.

Me imponía subir a la planta cuarta de quemados, los alrededores de la UCI ya me doblaban el alma, conservo el recuerdo ingrato de un cuerpo desnudo sólo reconocible por una cadena de oro, el olor de las bolsas que contenían las pertenencias de los heridos: relojes, carteras, cinturones, zapatos, y el billete de ida y vuelta que quedó hecho trizas como el vuelo JK5022. Una parte de ti se queda en estado de shock, no regresa jamás de ese lugar congelado... consigues llorar mucho tiempo después y reír y sentir y cabrearte... pero una no vuelve a encontrar la parte vivaracha y alborotadora que en el pasado llevaba dentro. Ahora sé por qué... porque los avatares de la vida te llevan a transitar por ella como en un tren, viendo pasar estaciones y disfrutando del paisaje, caminas flotando entre raíles y sabes que al llegar, siempre esperará Penélope, el dulce amor que compartirá contigo el peso de tus maletas...

Ahora sé que el viaje incluye más cosas, he aprendido que la tristura es una de ellas y ya no duele, porque tiene su parte de hermosura, tris-tuuuu-ra ese pellizco que te acompaña cuando emprendes viaje hacia Finisterre, el cabo donde espera Penélope en su tristura.

*La autora es periodista