XLxa arquitectura es una disciplina que ofrece todavía pocos signos de la mudanza mental que muchos deseaban en las postrimerías del siglo XX. Y es porque sigue siendo una actividad que combina de forma enmarañada omnipotencia e impotencia.

Muchos arquitectos descreen del urbanismo, pero sin duda la forma de la ciudad y el territorio es más importante que la configuración de sus objetos singulares. Cada vez más, se debería pensar en la arquitectura como un paisaje social. Tendría que haber verdaderos arquitectos incluso cuando no hay lugar para la arquitectura, para que tuvieran otro impacto en el entorno de nuestros barrios esos residenciales a base de bloques deplorables y sin espacios públicos.

Pero es que, secuestrados por la magia simbólica de algunas obras de autor, cerramos los ojos ante la extensión anónima de la ciudad informe. La urbe contemporánea sin atributos parece reclamar fogonazos que alivien la desarticulación de un territorio sin cualidades y arquitecturas de arte y ensayo se brindan como coartada de la ciudad difusa y adquieren una relevancia desmesurada en el debate ciudadano, restando espacio polémico a graves revoluciones estructurales que, a conciencia, pasan inadvertidas. En nuestra comunidad, los edificios encargados por el gobierno regional a proyectistas foráneos se utilizan como cortina de humo ante el avance por casi todas partes del fango inmobiliario que anega el paisaje con residuos generados por la ley del kilómetro o por decisiones municipales.

Además, transformados ciertos profesionales en estrellas mediáticas, hasta aparecen en los suplementos. Este insólito reconocimiento se produce de forma paradójicamente simultánea al alejamiento de los arquitectos de las grandes decisiones urbanas y territoriales. La misma profesión que durante buena parte del siglo pasado estuvo en el vértice de la revolución urbana, se halla hoy al margen de las operaciones esenciales que transforman las ciudades y el territorio. Ejemplo más cercano, la revisión actual del plan general de Cáceres. Lo esencial del modelo territorial reside en la aceptación plácida por los súbditos del urbanismo de consumo que produce una terrorífica mezcla de belleza y fealdad al abrigo de intereses espurios.

Pero, por suerte, la ciudad es perezosa. Aunque políticos y técnicos se empeñen en configurar su paisaje artificioso, la inercia física del relieve, las trazas y el carácter dotan a la materia urbana de una memoria tenaz que puede resistir a la mudanza. Se suele utilizar una imagen recurrente, identificando la riqueza y la fascinación que alguna ciudad posee, con la variedad de los estratos arqueológicos que la componen como un palimpsesto. Pero Jünger recurre a otra metáfora más certera, según la cual describe la ciudad como un arrecife de coral. El devenir de las mareas permitiría apreciar el número de estratos, de colores cambiantes y arquitectónicamente variados de los que la naturaleza se sirve para construir la barrera coralina, amasando esqueletos de antozoos madreporarios. Análogamente a lo que debería sucederle a los hombres cuando estudien u observen, condicionados por las mutaciones de la cultura o de la mentalidad, la ciudad que el tiempo les remite.

*Arquitecto. Profesor de la Uex