Cuando me preguntan mis alumnos mayores sobre qué me han parecido los resultados de las elecciones del 28 de abril, como siempre han hecho a lo largo de estos años, y hacemos un rápido resumen de las mismas, sacamos siempre la conclusión de que, según explican los portavoces de los diferentes partidos, nadie pierde.

Para después de las elecciones, siempre tienen la palabrería preparada, que forma parte también de sus programas, para explicar a la ciudadanía (que somos nosotros) que, de una u otra manera, los resultados han sido buenos o, por lo menos, no tan malos como, a primera vista, pudiera parecer a todo el mundo.

Pero esta vez, a pesar de los posibles intentos de los analistas políticos de su propio partido, el PP no ha tenido más remedio que reconocer una derrota clara y que no admite excusa alguna. Y la admisión de esa derrota no viene sólo reconocida por parte de los dirigentes del Partido Popular de manera oral.

Conscientes como son los políticos, a pesar de lo que hablan, de que una imagen vale más que mil palabras, en televisión apareció el líder Pablo Casado, flanqueado por Teodoro García Egea y Adolfo Suárez Illana, y, efectivamente, con el plano que presentaban en la televisión, en el que los tres políticos, vestidos de luto solemne, se colocaban ante la audiencia con un fondo azul cielo, casi no hacía falta decir que la derrota había sido morrocotuda.

Recordaba la escena a la que estamos acostumbrados a ver en las escaleras, a los pies del altar de las capillas e iglesias, recién acabado de celebrar un funeral y los familiares se colocan, dolientes, para que pasen los amigos y conocidos a inclinar la cabeza ante ellos.

Casi no hacía falta decir nada. Con el fondo azul del cielo, el luto pulcro y riguroso, y las caras de Teodoro, Pablo y Adolfo, estaba casi todo dicho. No había necesidad de explicar nada más. Aquel Pedro Sánchez a quien, un día, su propio partido defenestró y apartó de su sitio y su asiento en la política, había renacido de sus cenizas, y hoy les había asentado un golpe mortal.

Y, aun así, el mismo que les vence ahora les da, entre líneas, los ánimos necesarios para recuperarse de tan terrible derrota tan sólo con seguir su propio ejemplo. No ha pasado tanto tiempo todavía para olvidar que, al que ahora vitorean y aclaman como «presidente», sus propios amigos de partido y el aparato entero, le arrojaron, sin piedad, a los pies de los caballos.