WEw l ministro de Industria, Miguel Sebastián, anunció ayer sin dar más detalles un plan de ahorro de energía con el cual espera que se reduzca en dos años el 10% del petróleo que importa España. Un objetivo tan ambicioso --entrañaría la rebaja en 5.000 millones de euros de la factura que pagamos por el crudo--, que da pie a preguntarse si estamos ante un proyecto racional y viable o ante un programa de máximos en el que priman el voluntarismo bienintencionado o más sencillamente los aspectos propagandísticos, en un momento en el que el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero es acusado de esconder la cabeza debajo del ala y no tomar decisiones de calado ante las crecientes dificultades económicas. De momento, lo justo es dar tiempo a que Sebastián detalle las medidas, que van a afectar a seis ministerios y que incidirán en los sectores de la vivienda, el comercio, la energía y el transporte.

Nadie descubre nada si afirma que la dependencia de las importaciones de crudo es el auténtico talón de Aquiles de la economía española, y que esta circunstancia explica en buena parte nuestro crónico diferencial de inflación con los países del entorno y el abultado déficit comercial, que es uno de los mayores del mundo. Por eso no deja de sorprender que, si el Ministerio de Industria cree que hay margen para semejante ahorro, no se haya producido antes una contención de las importaciones como la que va a intentar Sebastián que, por otro lado, se está convirtiendo a la chita callando en una de las estrellas del Gabinete de Zapatero en esta legislatura.

Es seguro que en el conjunto del sistema productivo español hay margen para mejorar la eficiencia energética y el Gobierno y las empresas deben aplicarse a ello con todo el respaldo de la opinión pública. La guerra contra el despilfarro energético debe darse en todos los frentes porque vivimos en una coyuntura, que será larga, de energía crecientemente cara. Ahora bien, el fijarse objetivos tan redondos como el anunciado ayer no deja de remitir a fiascos anteriores en las promesas políticas. ¿Quién no recuerda los famosos 800.000 puestos de trabajo del primer Gobierno de Felipe González o la aspiración de José María Aznar a que España entrara en el G-8, el grupo de los países más industrializados del planeta? Son casos de propaganda política que chocan contra la realidad y provocan un inevitable sentimiento de frustración.

Pero, insistimos, demos margen al Gobierno y recordemos que, en un campo distinto, aunque sirve como referencia, un ambicioso plan de ahorro del consumo de agua ha dado grandes frutos en áreas como la de Barcelona. Y recuérdese que ese plan contó con la imprescindible complicidad de los ciudadanos.