Literalmente. El PP, como carcasa política, como partido político útil a España, está sobrando. El PP, como soporte esencial de nuestro sistema político, como cauce para expresar la voluntad de los españoles, está sobrando. El PP es una herramienta que ya no cumple la misión para la que fue creada. El PP es ya solo un entramado de gentes que, por inercia, por miedo a despeñarse, se aferran a un orden caduco. Sin ilusión, sin esperanza.

Por encima de los intereses del partido, de las poltronas y de los propios compañeros, está España. Así de simple. Y el PP ha dejado de servir a España aunque miles y miles de los suyos la sirvan bien. El PP anda en andrajos. Andrajos morales. Ha contraído una enfermedad venérea que le impide reproducirse sin engendrar monstruos. Ningún gobierno, pero tampoco ningún partido debiera sobrevivir a algo así. Entre otras cosas, porque la galerna de inmoralidad nos zahiere a todos, también a los que ni militamos, ni votamos PP.

De nada vale decir que es un caso aislado entre muchos, que tal magistrado votó en contra, que tal detenido lleva años lejos del poder o que hay voluntad de enmienda. Podría valernos en los primeros cien casos, pero no en los mil enésimos. No vale porque al votante, a ese que con su voto sostiene esta partitocracia, no se le puede pedir que vote decepcionado, desilusionado y quebrantado.

Si viviéramos en una arcadia sublime, donde los buenos fueran buenos, y malos no hubiera, el PP habría tirado la toalla tiempo atrás. Las miles de personas decentes que dentro del propio PP se afanan día a día en sus cargos, las buenas gentes de siempre, no pueden vivir a la sombra de semejante contubernio de mangantes. Un día hay que vestirse por los pies y dejar hablar al corazón. Y el corazón de toda esa gente, dentro y fuera del partido, dice basta. Entre los valores morales y los intereses urgentes, no siempre se debe optar por los segundos. En ocasiones hay que plantarse. Y ésta es una de esas ocasiones. Ocasión histórica, sin duda.

Otra cosa son las ideas que defiende el PP. No me refiero, por supuesto, a las de los corruptos, sino a las otras, las de los otros, las de los más. Esas ideas tienen cabida tanto en Ciudadanos como en Vox. Por tanto, en defensa de esas ideas, es hora de dar un paso atrás y permitir que entre aire limpio. Es hora de liberar a los millones de votantes desmoralizados del compromiso, más emocional que racional, de votar a unas siglas a la deriva. Conviene que se abra un tiempo nuevo para España. No podemos condenar a nuestros hijos a cargar con toda esta cochambre moral. Es necesario levantar un muro de dignidad en torno a nuestros políticos.

Rajoy, que es un tipo listo, evidentemente mucho más de lo que pudiera serlo yo, debería saber que nada importa sino España. Estamos envueltos en la más grave de las revueltas antiespañolas de los últimos ochenta años. Lo sangrante de esta situación diabólica es que debilita al gobierno frente a los enemigos de todos los españoles. Es hora de pensar en grande, de salvar la unidad de España. Y esa salvación no vendrá de la mano de una moción de censura sostenida por separatistas, marginales de izquierda y otros escombros parlamentarios. Pedro Sánchez dista mucho de ser un estadista, más bien resulta ser un aventurero irresponsable.

Porque hay vida fuera de Génova. Porque hay una nueva generación de políticos que no puede asfixiar sus ansias en este viacrucis judicial infinito. Porque aún cabe la esperanza. Por todo ello, es hora de licenciar al PP. No deberíamos esperar al descalabro electoral de las autonómicas y municipales del año que viene. Cuanto antes, mejor. Para casi todos.