La presencia española en Irak se enfrenta a crecientes dificultades: poco después del brutal asesinato de un agente del Centro Nacional de Inteligencia con cobertura diplomática, una patrulla de la Legión se vio envuelta ayer en un tiroteo con un grupo de presuntos delincuentes con el resultado de un iraquí herido. Es cierto, como dijo ayer el ministro de Defensa, Federico Trillo, que este incidente no se puede comparar con los constantes atentados suicidas, asesinatos y explosiones de coches bomba que azotan cada día a las fuerzas de Estados Unidos en el centro del país. Pero tampoco deberían relativizarse los riesgos de la tarea a la que se enfrentan las fuerzas españolas, a las que les espera algo más que las escaramuzas con ladrones de coches que ayer describió el ministro, y a las que a partir de diciembre tendrán que hacer frente las tropas extremeñas, que relevarán a la Plus Ultra en Diwaniya.

La teoría de que los militares destacados en Irak forman parte de una benéfica misión humanitaria no se puede sostener. El Ejército español es una fuerza de ocupación, y el peligro también pesa sobre los funcionarios destinados en Bagdad. El Gobierno, que ha enviado a civiles y militares a cooperar con la ocupación de Irak, debe asumir sus responsabilidades, sin intentar edulcorar la realidad.