Los presupuestos no son de chisteras, esto es, no es fruto de la magia o del calor voluntarista, porque el dinero es tan vil metal, que a todos nos envilece. Pero la realidad, que los presupuestos en un país como el nuestro, un mal presupuesto puede hacer constatar y ahondar las diferencias económicas entre unos y otros. No pueden alejarse del concepto de solidaridad, como concepto de enmienda a la totalidad sobre lo que está bien, y lo que un gobernante puede empeñarse hasta las últimas consecuencias.

De ahí que no sea entendible cuando una escucha en los medios de comunicación, y se difunden por las redes sociales, oír que estos presupuestos tienen apellidos, y ese apellido suena a catalán. Porque puede haber informaciones tendenciosas, pero no son tendenciosos los datos que recalifican expectativas, por intereses partidistas. Esta comunidad extremeña es de las menos poblada, con una significación en el contexto nacional asimilada al número de representantes que votan estos presupuestos, pero esto no significa indignidad hacia sus habitantes, respecto a servicios públicos y a infraestructuras. No se puede acallar el clamor de esas infraestructuras de primera necesidad que constituyen ejes de desarrollo económico, en base a ese concepto de a esta región la sacrificamos por el calor independentista de los de siempre.

El presupuesto, que constituye la ley más importante anualmente, no puede ser fajado en el calor del estruendo político, y debiera ser fruto del mayor de los consensos y del mayor de los esfuerzos por parte de los que dicen representarnos, y representarnos en su conjunto.

La solidaridad aquí no es un elemento de bien intencionado, la solidaridad en este tema tiene que ir unido a los principios de equidad y de justicia. Debe llegar al que lo necesita, y debe aportar el que lo tiene. Como contribuyente que soy lo que pido es esto, que no haya un vicio de inicio en los presupuestos vinculados a ese especie de nacionalismo pedigüeño que basa toda su estrategia en una especie de supremacía, o la excusa de deudas históricas del pasado. Que si miramos a nuestra tierra habría tanto que hablar y que argumentar al respecto. Hasta en el cine podemos ilustrarnos de ese lastre histórico, que tuvo su coartada en unos extremeños sumisos y situados en el extremo de un territorio. Con una capacidad de aguante que aún todavía persiste con el esperpento de un tren del siglo XVIII.

No valen, quizás, excusas en estos temas de reminiscencia histórica, pero la modernidad de nuestro territorio no puede quedar al albur de presupuestos interesados y tendenciosos que sigan sumiendo a nuestro territorio en el abismo económico, por mor de intereses de preeminencia. Ni privilegios, ni supremacías. Nuestro país tiene una división territorial, calificada y cualificada por el Estado de las autonomías, y esto significa una fuente de coordinación y de solidaridad. Con un diálogo tan permanente como real. Pero no se puede pactar a escondidas, bajo premisas de votos «sujetos a minorías que incordian», y convertir la ley más importante de un buen gobierno en el escenario del que más influye, y el que más llora, cuando de lo que se trata es de hacer justicia, de la corresponsabilidad territorial, y sobre todo, de ser solidarios.

Extremadura, como desde tantas otras comunidades, se debe de reivindicar el papel de ciudadanos y ciudadanas de primera y solicitar unos Presupuestos que respondan a las necesidades y urgencias de estos territorios.