Estas son las preguntas que algunas nos venimos haciendo a lo largo de varios años en relación a esa situación de ralentización de los derechos de las mujeres en una sociedad, que sigue respirando el escenario del machismo como causa y excusa cultural. Siempre que gente con cierta proyección nacional e internacional, o se emiten informes sobre las determinadas brechas ente hombres y mujeres, una repara, en su ámbito laboral y civil en relación a qué cuestiones siguen inalterables, a pesar del tiempo.

El Foro Económico Mundial, en recientes fechas, insiste en su informe del 2015 en aseverar la brecha de oportunidades económicas entre hombres y mujeres; que con recetas coherentes, y en determinados países, pueda que para el 2133 se dé la certeza de una igualdad en derechos real. Y será entonces cuando esa dignidad entre sexos quede establecido en esa sociedad deseada como modelo que aspira a la dignidad de la persona, al margen de otro tipo de condición.

Resulta chocante, en países como el nuestro y del marco de la Unión Europea, que el tema de la desigualdad económica, educativa y cultural necesiten de políticas e imputs para romper con lo que sigue siendo un concepto claro de desigualdad. Y cada vez manifestado en datos y contextos tan próximos, como el de, por ejemplo, la conciliación de la vida familiar y personal. Que recae en el 80% en la mujer. Esto sí que no son avances. Y cualquier debate que no parta de esta realidad, quedará subsumido a un ejercicio de voluntarismo, más allá que de ejemplarizante y de justicia.

A más, como abogada he tenido conocimiento de cláusulas denominadas anti-embarazos, como cláusulas de aparente eficacia respecto al concepto de ruptura prematura del mismo, si se quedan embarazadas. Esto, además, de ser ilegal, describe una esfera de la sociedad machista, y, tan poco inteligente, como demuestra el problema de nuestra demografía y la escasez de nacimientos. Es como si el efecto de la fuerza de la costumbre hubiera calado en el conservadurismo de una sociedad futura, con miedo a los cambios y a que puedan ser liderados por las mujeres. Toca ya de verdad hacer el ejercicio de liderazgo, capaz de mudar esta sociedad, a la que le pesa demasiado su acervo machista, y desconfía de la capacidad de tantas y tantas mujeres a las que se les confía ser madres, pero no trasformar la sociedad. ¿Qué nos está pasando a las mujeres? Por qué no hemos decidido sentarnos a la mesa de las negociaciones y liderarlas? Al hilo de esto recuerdo la pregunta de la dirigente estadounidense Madeleine Albrigh, cuando hablaba de la importancia de estar on the table. Esto es, de liderar hechos que nos afecta directamente. Y puso el ejemplo de la guerra de Bosnia, y cuando un grupo de políticas decidieron presionar para que el Tribunal de crímenes de guerra reconociera la violación a las mujeres como un arma de guerra contra la humanidad. Sólo en el caso de ser mujeres podrían entender la susceptibilidad para con este tipo de crímenes. Este es un buen ejemplo de lo necesario que se hace que las mujeres lideremos, y que llevemos a cabo la transformación de nuestra sociedad a través de nuestros compromisos con las propias mujeres, y no dejando de denunciar y cambiar todas a una lo que sigue siendo una crónica, ya pasada, de una sociedad que sigue observando a las mujeres como parte de un problema, y no la resolución para una mejor sociedad.

En mi experiencia como abogada manifiesto que este concepto de la igualdad es tan viejo como las múltiples Convenciones Internacionales de Derechos Humanos, pero que puede resultar tan estático como el abismo que representa tener la sensación de perder terreno ante una sociedad cada vez más marcada por la imagen de exigencia hacia la mujer, frente a la destreza de liderazgo del hombre. Es hora ya de que las mujeres nos representemos a nosotras mismas, y digamos basta a modelos en los que la desigualdad impera por el ejercicio de una costumbre que valora a la madre, y reconsidera a la mujer por lo que se ve, y no por lo que realmente es.

*Abogada.