Los lamentables episodios de quema de fotografías de los Reyes en Cataluña han sido interpretado por un sector de la sociedad como un signo inequívoco de que una peligrosa ola antimonárquica se ha levantado en esta autonomía. Sin embargo, está claro que quienes queman esas imágenes son una minoría radical cuya actitud no es en absoluto extensiva a la mayoría social de esta región. Pero dicho esto, también hay que subrayar que la condena de esos hechos y, en general, la defensa de la forma de Estado que contempla la Constitución democrática vigente han sido tibias tanto por parte de los partidos políticos catalanes como por los creadores de opinión. La prensa catalana asegura que la Corona goza en Cataluña, pese a los silencios del establishment local, de un nada despreciable grado de popularidad. En cualquier caso, la Corona no es un problema, por más que unas minorías se empeñen en hacerlo creer.

El rey Juan Carlos ha sido un importante defensor del Estado de las Autonomías en la época democrática y se ha mostrado siempre respetuoso con culturas como la catalana, vasca o gallega. No se entiende, por tanto, que sean muy pocos los políticos catalanes que le defiendan en voz alta.

Admitamos que corresponde a los jueces decir si quemar fotos de los Reyes en la calle es condenable. Pero está claro, como mínimo, que quienes practican esas formas de protesta no ayudan a la convivencia pacífica, por más que haya gente que desde Cataluña y Euskadi les ría la gracia.