Antes de saberse uno nacido, se puede ser poderosamente querido, deseado y esperado. Antes de ser amado, se anhela el serlo. Y cómo. Antes de ser abandonado, los detalles afloran en el yermo que se va cerrando. Antes de enviudar la muerte avisa con golpecitos pequeños. Antes de irse lo que fuera, se sabe que no va a quedarse lo que sea y antes de llegar lo que llegue, se tiene suficiente conocimiento para intuir que las cosas cambian y vendrá quien tenga que estar aquí.

Antes de todo o de nada o de todos y de nadie, o de algunos o de unos cuantos, poco, existieron los queridos antes que luego fueron transformándose, marchitándose y desapareciendo, y llevándose hasta el viento al viento.

Tendederos vacíos, pero después, alambres torcidos por aquellas múltiples, melodramáticas mareas de los mares.