Spencer Johnson publicó en 1998 ¿Quién se ha llevado mi queso?, un librito de desarrollo personal que acabaría convirtiéndose en un superventas. Articulado en forma de fábula, narraba las vicisitudes de dos ratones y dos liliputienses que habitaban un laberinto y se alimentaban del queso que habían encontrado en una de las salas. La vida era amable con ellos: tenían sus necesidades satisfechas y carecían de conflictos. Pero de la noche a la mañana los quesos desaparecieron del depósito. Esto que tan solo supuso una circunstancia desfavorable para los ratones fue, en cambio, un drama para los liliputienses, quienes, a pesar de su inteligencia superior, no supieron adaptarse a los nuevos tiempos. En vez de hacer como los ratones, que se habían lanzado inmediatamente a buscar otros depósitos de queso, los liliputienses se relamieron en la añoranza del queso viejo y en la pereza y el temor que les impedía buscar nuevas remesas.

La historia de ¿Quién se ha llevado mi queso?, destinada a ayudar a superar el miedo al cambio, se convirtió en bandera del emprendimiento y en un intento de estimular a aquellas personas que pierden su trabajo y se resisten a salir de su zona de confort para rehacer su vida laboral.

El libro, cuyo subtítulo es Cómo adoptarnos a un mundo en constante cambio, parece haber sido asimilado a la perfección por los profesionales de la política. A muchos de ellos, que no han trabajado nunca en otra cosa, les horroriza la posibilidad de quedarse descolgados en el laberinto profesional, de ahí que sean capaces de decir blanco por la mañana y negro por la noche. Y lo que haga falta...

El cálculo electoral ha convertido a muchos de nuestros políticos en ratones sin escrúpulos, sin ideología y sin otro afán que el de ganarse los garbanzos, o, mejor dicho, el queso.

Johnson debería escribir otra fábula para contarnos cómo librarnos de estos advenedizos.